Desde que empecé a escribir el
blog no quise poner una fecha fija de publicación para las entradas. Escribiría
siempre que me apeteciera. Al principio incluso me contenía, por no cansar, ¡porque
hubiera escrito diariamente! Pero desde la última vez y hasta hoy no había encontrado
el momento adecuado.
Cuando terminó la última semana
de neutropenia (periodo de bajada de defensas), con las restricciones que os he contado que conllevaba, quise exprimir
cada instante al máximo y confeccioné un calendario en el que apuntaba los
planes de cada día. No había hueco libre las primeras dos semanas. Todo lo que
no había podido hacer los meses de antes empezaba a ser factible. Se unían
tiempo y ausencia de limitación física. Incluso, con al menos 5 semanas por
delante antes de la intervención, me propuse un “reto atlético”. Concienciada
de que la actividad física era un factor de peso en mi proceso de curación,
había empezado a correr durante la quimio aprovechando los días buenos entre
ciclos. No hacía más de 500 m corriendo. Cuando conseguía coger ritmo tocaba
nuevo chute. Hasta ahora. Tenía más de un mes por delante y sin interrupciones.
Me propuse llegar a 5 km de carrera continua.
Disfruté de cada uno de los días
como si de vacaciones se tratara. Pude ver a muchos de mis amigos, hacer
prácticas de repostera, ir al cine, al teatro, incluso se terció alguna
escapada. Me recreaba haciendo la compra. Iba a yoga dos veces por semana y
salía a correr días alternos. He de reconocer que fueron días fabulosos.
Sentí alivio cuando supe la fecha
concreta de la intervención. Pero a ese alivio se le añadió una necesidad de pausa
y reflexión. Mi cabaña me llamaba.
Conseguí mi reto. Esos 5 km supieron
a victoria. El resto de salidas se hicieron más contadas y escogidas.
A diez días de la operación el
miedo me paralizaba. Me fallaban hasta las fuerzas. Me había desinflado. He
tenido algunos bajones durante estos meses pero, sin duda, este ha sido el más
fuerte. Tenía miedo, ahora reconozco infundado, a morir en el quirófano. Una
equivocación con la anestesia, una arritmia no controlada… Podían pasar
tantas cosas... ¡Los médicos somos los peores pacientes!.
Me preguntaba si había
aprovechado el tiempo si era cierto que me iba en unos días; qué pasaría con mi
hipoteca, con mis gatos… Incluso llegué a hablar con mi chico acerca de mis
últimas voluntades. Y lloraba, lloraba mucho. Hasta que en una cena en casa de
mis padres mi madre me dijo aquella frase que ahora considero sanadora: “Perdona
que te diga esto Ana pero, menuda paliativista de mierda eres”.
Las lágrimas cesaron y reaccioné.
¡Cuánta razón tenía! Tanto tiempo hablando de la muerte en mi día a día, en mi
trabajo, y ¿resulta que ahora era yo la que decía que le tenía miedo? Realmente
no me había parado a pensarlo bien. Estaba confundiendo sentimientos. Lo que
tenía era rabia si me tocaba no
seguir viviendo. Tanto aún por hacer… Y los iba a dejar solos, a mi familia.
Eso es lo que más rabia me daba, el causarles sufrimiento. Entendí que no se
trataba de miedo a morir. Si la providencia, Dios o el destino decidía que era
mi momento, es porque así tenía que ser y lo aceptaba.
Saber que tienes cáncer de alguna
manera te sitúa más cercano a la muerte. Siempre he hablado de ella con
naturalidad. Es algo que también se aprende en casa. Desde hace años he oído
decir a mi padre que no tiene miedo a la muerte en sí, que lo que sí que le
asusta es el sufrimiento. Y me lo recordó en aquella cena. En el caso de que
fuera mi momento, no iba a sufrir, estaría anestesiada. No habría dolor o
fatiga, no habría motivo por el que padecer.
A partir de ahí me tranquilicé
mucho. Me sirvieron mucho más esos dos comentarios que las decenas de “es una
operación fácil, no va a pasar nada”.
El día llegó, o mejor dicho la
tarde. Me habían citado a las 14:30 h. El tiempo de espera antes de entrar
transcurrió lento. Estaba animada y bromeaba simulando mi presentación: “Hola,
buenas tardes, vengo a curarme” 😊
Me nombraron y me despedí, sintiéndome
pequeña e indefensa, pero con la convicción de que iba a salir bien. Inicialmente
me pasaron a una sala donde me cambiaron y me pusieron la vía. Allí me
acompañaba mi madre. Agradecí enormemente que dejaran pasar a un acompañante.
Tras una hora en esa sala mandando mensajes de tranquilidad al resto de la
familia vinieron para llevarme a otra estancia, la de preanestesia. Allí estuve
sola.
Recordé todo lo que había estado
pasando desde que confeccioné aquel calendario. Mis temores y posteriores
reflexiones. Pasara lo que pasara no quería que mis últimos recuerdos fueran
tristes o angustiosos y decidí pensar en todo lo bueno que había vivido y en lo
afortunada que me sentía.
Al poco vino mi cirujano, al que
admiro por su capacidad de tranquilizar y ofrecer seguridad. Tras preocuparse
por mi estado anímico me explicó otra vez lo que haría y como quedaría. Me
sentí protegida y confié, con más fuerza aún, en que todo saldría bien.
Sé que pase a quirófano sonriendo.
Los previos y el relajante que me administró el anestesista lo pusieron fácil.
-
¿Has pensado ya dónde te apetecería viajar Ana?
-
Quiero ir a Nueva York. ¡Pero espera! (reculé),
que el viaje es muy largo y no sé si me apetece…
-
¡Jajajaja! Eso no es problema, te
teletransportamos.
Y así fue. No me dio tiempo ni a
fijarme en la decoración de la estancia. En dos segundos empecé mi viaje.
Hoy si lloré al leerte. Valora mucho tu honestidad al escribir lo que nos compartes y naturalidad . Comprendo tus miedos, emociones y sentimientos. Abrazo cariñoso a pesar de la distancia y corazones muy cerca. Gracias.
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