Si estás leyendo esto es: 1) porque me conoces, 2) porque tienes
un familiar, amigo o conocido con cáncer, 3) porque eres un cotilla. Si la
causa es la tercera te recomiendo que estés igualmente atento. Al paso que
vamos, desgraciadamente pocos son los que no tienen cerca a una persona enferma
de cáncer.
En realidad no pretendo adoctrinar ni crear escuela. Ésta es
sólo mi visión. Tampoco he buscado bibliografía al respecto. Me baso en mi
experiencia.
Desde que estoy enferma he recibido multitud de mensajes, me
he encontrado con muchos conocidos en la calle y he quedado con muchos amigos
(son ya nueve meses desde el diagnóstico). Me sorprende la variabilidad de
mensajes que recibo. Y es que esto no trata sólo habilidades de comunicación. Creo
que incluso limitarlo al concepto de empatía (capacidad de identificarse
con alguien y compartir
sus sentimientos) hace que se quede corto.
Estoy enferma. Tengo cáncer. Pero soy una persona igual que
tú. Tener cáncer no me relega al club de los “pobrecitos” o al de los “que
desgracia más grande, no se lo merece”. De las cosas más incómodas en cuanto a
comunicación se refiere es que me mires con condescendencia y pena. Y es que
hay dos tipos de comunicación, la verbal, que es la que realizas con las
palabras, y la no verbal, que incluye tus gestos, tus movimientos… Tener cáncer
hoy en día no es sinónimo de muerte. Tener cáncer no sentencia. Al menos no
siempre. Por ello te pido que me hables con normalidad, como con cualquier otra
persona. Que tus ojos no transmitan tristeza y mires los míos, sin
esquivarlos, que tus brazos no estén cruzados, que incluso te acerques o toques
mi hombro.
Más ardua la tarea del mensaje. A veces basta con un “me
alegro de verte”, “qué buen aspecto” o un “mira que estás guapa”. Al menos a
mí, me gusta no aparentar enferma. Sé que no sigo los cánones de belleza con
mis cuatro pelos mal puestos, pero hay días que consigo verme guapa. Me encanta
si soy capaz de transmitírtelo y además me lo dices.
Me cansan los “¿cómo te encuentras?” o “¿estás bien?”. Sé
que se preguntan con la mejor de las intenciones. Es más, agradezco muchísimo
cuando alguien me escribe adrede para interesarse por mí. Pero cada vez que una
persona me pregunta esto me traslado la pregunta a mí misma: ¿Y ahora cómo
estoy? ... Era fácil responder al principio porque muchas veces me encontraba
fuerte, animada y disfrutaba diciendo que bien, que dentro de lo malo no podía
quejarme. El abanico de posibilidades en cuanto a respuestas se ha abierto. Y
chequearme a cada momento no hace más que confirmarme que ya no ganan siempre
los “estoy bien”. Por eso a veces no he respondido o he tardado en hacerlo. Me
disculpo aquí por ello.
En contra, los mensajes “me acuerdo de ti” o “te mando un
abrazo” o incluso un simple emoticono con un muñeco amarillo que pone morritos,
los recibo con el corazón abierto. Estos mensajes son los mejores. Me hacen ver
que soy importante para la persona que los escribe, porque ha pensado en mí y
además me muestra su afecto, sin juzgar o sin esperar respuesta.
Me encanta que con mis cambios de hábitos, en busca de una
vida más saludable, contagie a quien tengo cerca. Pero que me digas “¿sabes que
he empezado a cuidarme más?, porque con lo de mi tío/primo/compañero de trabajo
que se murió por cáncer y tú, me he asustado y quiero estar bien” la verdad es
que no me ayudas mucho. Perdona que no me identifique con esa persona que se murió
por cáncer; yo aún no lo he hecho.
Los “hace tiempo que no escribes” o “no se te ve mucho por
Facebook” creo que caen por su propio peso. Aunque agradezco igualmente el
interés de quien lo expone.
Dejo para el final justo algo relacionado con los finales. En
este momento estoy aún pendiente de empezar la radioterapia. Será el final de
mi tratamiento de choque (por
llamarlo de alguna forma). Pero no solo el tratamiento no acaba aquí, porque
llevaré hormonoterapia durante diez años, sino que la enfermedad no termina con
este tratamiento gordo, de choque, activo,… que incluye la quimio, la cirugía y
la radioterapia. La enfermedad me va a acompañar SIEMPRE. Incluso cuando los
controles salgan bien y me den cita de revisión en un año.
Mis esquemas, mis planes, mi vida, todo, se ha derrumbado
con la enfermedad y ahora me estoy reconstruyendo. No sé cuánto tiempo va a
costarme, ojalá poco, pero no nada más terminar la radioterapia. A día de hoy
sigo asimilando la noticia. Hay días que me despierto desubicada hasta que
recuerdo que tengo cáncer. Eso no significa que no lo tenga aceptadísimo. Pero
se trata de un proceso. Si hubiera un interruptor que me permitiera hacer como
si nada hubiera pasado créeme que lo habría apretado.
Por eso, me incomoda bastante cuando me dices “qué bien, en
nada terminas y a la marcha, como antes”. La primera parte del mensaje es
perfecta. Sí, termino un tratamiento, y eso es bueno porque tantas consultas,
citas, papeles, analíticas, batas blancas, cansa. Pero la segunda parte es una
utopía. Nunca va a ser como antes. Y esto no es ni bueno ni malo. Simplemente
diferente.
Entiendo que quizás habré desconcertado a muchos, alarmado
a otros y retraído a otros tantos. Adoro cada uno de los contactos que tengo
con vosotros y cada mensaje o llamada que recibo. Ojalá esto no ahuyente a
nadie ni genere rechazo. Lo que pretendo es justo lo contrario. Facilitar que
este proceso, que es tan complicado, lo normalicemos entre todos. Explicarlo me
parecía lo más adecuado.