Cuando una peli o un libro,
además de contarte algo, incluye una historia de amor, parece mucho más
completa. Al menos, a un determinado tipo de público, en el que me incluyo, nos
llega más, nos toca la fibra. Soy una romántica empedernida.
Mi cuento, mi vida, también tiene
una bonita historia de amor, y qué mejor que hoy para compartirla, en nuestro primer
aniversario.
Cincuenta y siete días distan desde
aquel primer beso, un 25 de octubre, a mi diagnóstico de cáncer, el 22 de
diciembre.
Andreu y yo habíamos compartido
algún que otro saludo formal en sesiones de hospital. Misma profesión, ambos
somos médicos de familia, pero en diferentes centros. Captó mi atención en una charla
en la que participó; me hizo pensar que se trataba de un tío inteligente,
quizás seriote (no podía estar más equivocada) y muy centrado. Yo, que siempre me
he considerado una payasa, pensaba que me miraba con benevolencia, aun
ganándole en años.
Un tiempo más tarde me destinaron
al centro de salud donde él trabajaba. Llegué triste. Venía de haber estado
trabajando dos años en un mismo pueblo, donde había forjado grandes lazos con
compañeros y pacientes. Los cambios nunca me han gustado. Me tocaba volver a
empezar y no era el mejor momento. Estaba a mitad de un máster en cuidados
paliativos, con sus viajes quincenales y embaucada en veinte mil proyectos. Mi
agenda echaba humo.
Me quiso ayudar y con esa excusa
comenzamos a quedarnos a comer en el bar de al lado del centro de salud con
intención de avanzar en el trabajo. Recuerdo que no parábamos de hablar y
contarnos cosas y que nunca quedaba tiempo para lo que en principio era el
objetivo de la comida. Aquel verano, el verano de 2016, transcurrió así, entre
risas, menús de mediodía y batas blancas.
Después de algunos meses me di
cuenta de lo mucho que le admiraba y de lo a gusto que me hacía sentir. Fue
entonces cuando dudé si además de un gran amigo podría ser algo más. Pero…
¡vinieron los peros! ¿Compañeros de trabajo?, ¿más joven que yo? … ¿y si no iba
bien?
Decidí que arriesgarse es de
valientes. Además, por primera vez, alguien me llegaba por “una vía accesoria”
y no por la típica con filtro en los ojos. Y así se lo hice saber con nuestro
primer beso, tímido y expectante, porque poco atisbo amoroso había notado yo
antes en su mirada. Gran actor mi chico, que más tarde confesó encontrarse en
mi misma situación, pero decidió mantenerse en la retaguardia por darme
espacio.
Recuerdo que hubo gente que se
enteró de nuestra historia al mismo tiempo que conocían mi enfermedad.
No sé qué habría pasado si Andreu
no se hubiera presentado en mi camino. Aunque llevaba meses notando un bulto en
mi pecho hacía caso omiso. Llevaba demasiadas cosas encima como para pararme a
revisar nada. Sería una tumoración benigna y no estaba para perder el tiempo.
Sin embargo, cuando me palpó, no dudó ni un segundo en que era necesario hacer
una ecografía y él mismo la solicitó.
Mi ángel, mi salvador… Gracias
por aparecer en mi vida.
Las primeras semanas me sentía
muy culpable. Con mi enfermedad lo había estropeado todo. Se acabaron nuestras
citas al finalizar la consulta, nuestras dudas compartidas, aquellos besos a
escondidas… Por mi culpa todo se desmoronaba y aquel camino de rosas que
envuelve todo inicio de pareja lo había convertido en una mierda de carrera de
obstáculos.
Goteros, efectos secundarios,
llantos a veces sin motivo, simplemente al verle, porque mirándole era como
llegar a casa y despojarme de mi armadura. Lo ha aguantado todo. Lo sigue
haciendo ahora.
No conozco persona más paciente
que él. Generoso e intuitivo. Complaciente pero crítico. De los pocos que ha
tenido valor de decirme, en estos meses de fragilidad física y emocional, si me
estaba equivocando. Cariñoso, ha respetado siempre mis tiempos y me ha hecho
sentir la mujer más deseada del planeta.
No se ha cansado de decirme que
esto nos haría más fuertes y que si éramos capaces de superarlo, ya nada podría
con nosotros. Y así está siendo.
Mi mitad, mi puzzle bipieza, ha
demostrado ser también un valiente, quedándose a mi lado cuando lo que asomaba
eran truenos. Mi particular Superman con capa acolchada para proteger de manera
aún más reconfortante. El humor no falta entre nosotros. Y con cada bache que
aparece no tarda el darle el toque cómico, como mi efecto spiderwoman con mi
nuevo dedo en resorte, que molesta tanto cada mañana.
Hoy, en nuestro primer aniversario,
lo tangible se queda corto. Y es de esta forma, con la escritura, como mejor
puedo canalizar mis sentimientos y decirle, de forma sincera y sin tapujos, que
sea el tiempo que sea, sólo quiero vivir a su lado.