viernes, 29 de diciembre de 2017

EL REGALO DE MI CHICO


El último viernes del año y no puedo traer un post más especial. El de mi chico. Llevaba tiempo sugiriéndole que escribiera algo. Me hacía ilusión ver plasmado cómo ha vivido él estos meses porque pienso que no es lo mismo hablar, que sentarse a ordenar pensamientos y reflejarlos por escrito. Me emociono al compartirlo con vosotros por aquí:


Estos días se cumple un año de aquel día que cambiaría para siempre nuestras vidas y muchas veces me has preguntado cómo he vivido, he aguantado y me he mantenido fuerte a tu lado. Esto es fácil de responder, tú has conseguido que acompañarte durante este proceso no haya resultado ser ninguna carga, y esto se debe a tu positivismo desde el primer momento y a la forma cómo has ido superando las diferentes barreras que han ido apareciendo a lo largo de este año. Como diría tu madre: resilencia, esa palabra cuyo significado desconocía hasta hace unos meses, y que tan importante ha sido para poder afrontar estos meses con toda la entereza y fuerza que se necesita.  Todavía recuerdo muy bien esa mañana que me confesaste la presencia de un pequeño bultito en el cuadrante superior externo de tu mama derecha y aún siguen resonando en mi cabeza aquellas palabras con las que pretendía tranquilizarte: “no será nada”, “es redondito”, “por edad y tacto debe tratarse de un fibroadenoma”, “no obstante, como es grande y un poco irregular pediremos una ecografía”. La sorpresa que me llevé el día que te hicieron las pruebas todavía me provoca escalofríos. Y es que ese día, el 22 de Diciembre de 2016, día de la Lotería, para más recochineo, iba a marcar la trayectoria del próximo año.  Ese día me pediste que te cubriera el turno de tarde que tenías en el Centro de Salud. Habías ido a hacerte la ecografía pero las pruebas se habían alargado. Recuerdo que me llamaste por teléfono para decirme que te retrasarías y que te iban a hacer una resonancia. Esto me pareció muy extraño y aún me preocupó más cuando te vi aparecer en la consulta. Finalmente habían decidido hacer una biopsia y cuando nos lo contaste a Rayda y a mí, mientras te derrumbabas, entendí que algo no había salido bien. Esto lo pude confirmar al ver las imágenes de la ecografía. Aunque sé muy poco de ecografía, con esas imágenes impresionaba que no iba a ser bueno. Esto fue un duro golpe, no solo por el diagnóstico de la enfermedad, sino por la edad y lo poco probable que es un cáncer de mama siendo tan joven.  Era tan injusto que apareciera tan pronto y en un momento tan bonito de nuestra relación, que aún pienso que la suerte se cebó un poco con nosotros. Algunos días sigo sin creerme que esto pasara tan solo dos meses después de empezar a conocernos. De este pensamiento pasé a pensar en lo asustada que estarías e intenté consolarte, pero poco podía decirte cuando tú lo vivías igual de injusto que yo. Además tú ya estabas pensando en cómo contárselo a tu familia, y yo seguía sin creerme todo lo que estaba a punto de pasar.

Después vinieron más pruebas. Se confirmó la biopsia. Era un carcinoma ductal infiltrante. Por suerte, tenía receptores hormonales positivos. Con el diagnóstico empecé a realizar una exhaustiva búsqueda bibliográfica. El cáncer de mama ha evolucionado mucho los últimos años y de lo que estudiamos en la Universidad a la actualidad había un mundo de opciones que desconocía. Después vinieron a la mente los porcentajes. Primero de respuesta al tratamiento, después de tasas de curación y por último probabilidades de recaída. Toda la revisión sirvió para actualizarme, pero poco me aportó para sacar una conclusión: “cada caso es un mundo y hay que ser lo más agresivos posibles porque Ana es joven”.

Con esta mentalidad iniciamos la quimioterapia. El tratamiento consistiría en 8 ciclos de venenosos y tóxicos fármacos que te iban a provocar náuseas y vómitos, que te dejarían débil y cansada y que provocarían la caída del  pelo. Además, podían provocar una bajada de defensas. Recuerdo cómo te preocupaba el tema de la caída del pelo y si estarías muy fea. Yo a eso no le daba ninguna importancia. Estaba más preocupado en que toleraras bien los fármacos y en que tus defensas se mantuvieran fuertes. Es lo que tiene ser tío y un poco dejado para estos temas.  Tu preocupación por el tema de la caída del pelo te llevó a raparte antes de que empezara a caer. Preferías tener la sensación de control y que eras tú quien lo cortaba. Pienso que esto fue un acierto. Además, al raparte el pelo, me recordabas a la teniente O’neil y esto reflejaba muy bien lo luchadora que eres. En este punto creo que también fue muy importante tu familia. Ellos siempre han ido un paso por delante de ti y han sabido informarse y después aconsejarte de la mejor manera posible. Un ejemplo es como te llevaron a por la peluca por sorpresa y como supieron llevarte al mejor sitio para que te vieras guapa. Los pañuelos terminaron sustituyendo a tu peluca “Manola” y después el crecimiento progresivo del pelo hizo el resto. Siempre me has preguntado cómo podía ser que te viera atractiva así. Yo sigo viéndote muy guapa y pienso que el pelo corto te favorece.


Tras la quimio vino la cirugía. Una mastectomía radical con vaciamiento axilar. Recuerdo el miedo que tenías a no despertarte en quirófano y ya no sabía que inventarme para que te quedaras tranquila. Ese día salió todo muy bien pero por la noche, fue la primera vez que me asusté de verdad. Ver cómo te retorcías de dolor esa noche no lo olvidaré nunca, y aunque sigo pensando que había un componente emocional muy fuerte por todo lo vivido, creo que ha sido una de mis experiencias como acompañante más dolorosas. Ajustando medicación y con música de relajación pudiste descansar. Pero creo que ha sido la noche que peor he descansado y eso que sabes que me duermo hasta encima de las piedras.


Posteriormente has recibido la radioterapia. Aquí poco te he podido ayudar. Todos los días entre semana tenías sesión mientras yo trabajaba y únicamente te he podido acompañar en mis ratos libres. En esta fase es donde he conocido a la Ana más luchadora. A pesar de lo cansada que estabas por la quimio y por la radioterapia has encontrado fuerza para empezar a correr largas distancias. Y no solo eso, has convertido la actividad física en una obligación en tu rutina diaria, a la vez que has conseguido que otras enfermas como tú empiecen a interesarse por los autocuidados, la alimentación y la actividad física. Ver el cambio en el estilo de vida que has experimentado es brutal. Has pasado de ser una persona que no realizaba actividad física y que comía lo primero que encontraba en la nevera, a planificar tus comidas, a salir a correr y a moldear tu propio pan. Tengo que decir que este cambio demuestra las ganas que tienes de seguir luchando y yo te apoyo en esta lucha.

Por todo esto, únicamente puedo decir que ha sido y sigue siendo un honor acompañarte en este proceso, tanto en los buenos como en los malos periodos, y que a pesar de que puede haber situaciones de debilidad y bajón, en conjunto sigue predominando la positividad, la felicidad y los buenos momentos.

Te quiero solet.

Andreu


viernes, 22 de diciembre de 2017

RECAPITULANDO - A UN AÑO DEL DIAGNÓSTICO


Hoy una gran cantidad de personas confían su suerte a un número (los viciosillos a unos cuantos). Amuletos, rituales y tradiciones se concentran en una mañana frente al televisor para aquellos afortunados que no cuentan con obligaciones matutinas. El 22 de diciembre representa para algunos un antes y un después. Los premiados muestran victoriosos su décimo premiado a golpe de champán y risas. Para los que no, siempre queda el resignado dicho popular de “lo importante es tener salud”.
El 22 de diciembre de hace un año me levantaba ilusionada. “¡Que lo presiento, que esta vez nos toca!”. Recuerdo estar mirando el móvil a cada momento esperando una llamada de júbilo que, como era de esperar por estadística, no llegó.
Cuando terminé la consulta (ese día un poco antes de lo normal para poder llegar a tiempo), fui al hospital a hacerme una ecografía mamaría por un bulto que me había notado en la mama derecha. Recuerdo estar nerviosa en la sala de espera. Tenía el tiempo justo para hacerla, volver a mi centro de salud, comer y volverme a poner en faena porque ese día tenía también turno de tarde. Puro trámite, pensé.
Se me remueve todo al recordar cómo ese día también cambió mi suerte.
Creo que sin rozar lo patológico, soy una persona supersticiosa. No paso por debajo de ninguna escalera, si se derrama sal sobre la mesa me tiro un poco por detrás del hombro izquierdo, procuro cruzar los pasos de peatones empezando con el pie derecho… y algún que otro ritual que no menciono ¡porque creo que sí puede rozar lo enfermizo! ¡Mierda! Recuerdo aquel espejo que se rompió, y ese gato negro que se me cruzó sin previo aviso. Bueno, de hecho es que vivo con un gato que es más negro que otra cosa.
Cuestión de suerte o no, la realidad es que hace justo un año, perdí mi condición de persona sana (¡y sin premio de lotería!).
No quiero ponerme a rememorar estos meses. Me sigue generando sufrimiento. Pero sí quiero recapitular mi inventario de síntomas y otras variedades que a día de hoy me acompañan en el quehacer oncológico. Ahí va mi chequeo, aquí y ahora, a un año del diagnóstico:
·         DOLOR. Me levanto con dolor cada día. Es más, duermo con dolor. Las muñecas y las articulaciones del primer dedo de las manos es lo que más me interrumpe el sueño. Por las mañanas se asemeja al dolor de la artrosis que intentaba explicar en consulta a las personas mayores. Al principio te sientes como anquilosada, rígida y contraída. Poco a poco, como si de una bici poco engrasada se tratara, vas recuperando movilidad a chorro de aceite, en mi caso, con estiramientos y actividad física. Curioso, ¿verdad? Muchos sabéis que me he iniciado en el running y es, creo, lo que me hace no estar todo el día tirada en la cama. Empezar el movimiento y casi hasta el quilómetro 2, representa para mí el mayor suplicio del día. El resto de la carrera apenas me duele nada. Es cuando más sana me siento. En casa, tras la ducha, el dolor vuelve a instaurarse. Posiblemente por esto, porque mientras corro mis molestias prácticamente desaparecen, es por lo que estoy tan enganchada, además de por la descarga de “hormonas de las buenas” como yo las llamo.

·         PARESTESIAS. Esa sensación de hormigueo en las palmas de las manos que vino al mes de terminar la quimio y que no solo no ha menguado sino que se incrementa a su propia voluntad sin haberme permitido (todavía) encontrarle el truquillo para aliviarla. Antes mejoraba con agua fría. Ahora ni bailar por sevillanas me da tregua. Con percepción ilusoria de llevar guantes constantemente se me siguen escurriendo las cosas de las manos. Esto es lo que ha hecho que deje de pintar. He perdido destreza hasta para escribir (para esto sí que tengo truco: si escribes en grande no se nota tanto 😉).


·         DEDO EN RESORTE O “EN GATILLO”. Y ya no es uno, sino cuatro. En los dedos anular y pulgar de ambas manos. Me ocurre por la noche y con los periodos de reposo de la mano en general. Me dicen que también es efecto secundario de la medicación y que, posiblemente, desaparezca. O quizás no.

·         TROMBOSIS LINFÁTICA SUPERFICIAL Y LINFEDEMA. Esto lo he contado ya en alguna ocasión. Tras la cirugía desarrollé una complicación que consiste en la aparición de un cordón (o cordones como es mi caso) doloroso, que va desde la axila intervenida a la muñeca. Aunque menos acusado, continuo con el dichoso cordón que hace que no levante por completo el brazo. Mi brazo tonto, como lo tengo acuñado, no solo no cumple con su rango de movilidad sino que se siente presionado (como si llevara una camiseta ajustada tres tallas menos) y cargado -nuestra relación sigue siendo complicada-. El edema no es mucho pero como me descuide un día con los ejercicios da bien por saco.

·         INSOMNIO. A veces de conciliación, otras me visita a mitad de noche. A falta de melatonina buenas son las zapatillas (uy, que casi hago eslogan y todo). Por pesada que parezca con el tema, los días de deporte caigo rendida.

·         SOFOCOS. Es bastante cómico (dejémoslo con tinte gracioso) encontrarte rodeada de personas que se estremecen por el frío mientras tú empiezas a despojarte de todo como si no hubiera un mañana. Cuestión de segundos pero dramáticos en ocasiones. Ardes, literalmente, por dentro.

·         MEMORIA POLLOSA. No nos vamos a engañar, nunca he sido un lince recordando datos pero… me gustaría poder recordar mejor las cosas que me dicen porque puede parecer desinterés. Me pongo notas, recordatorios, alarmas… Lo siento, pero a veces ni con eso.

·         LABILIDAD EMOCIONAL. Se trata de una inestabilidad en el ánimo. De manera totalmente involuntaria puedo pasar de una risa sincera a un llanto desbocado en cuestión de segundos. Entenderéis que para una persona controladora como me considero yo, andar con las emociones sin rieles, llega a ser algo frustrante. Te sientes como desnuda, mucho más que cuando te paseas con la teta fuera por radioterapia ¡Y eso que he ganado mucho en el tema del pudor! (mi torso lo conoce medio Valencia y alrededores). Me he vuelto como caracol sin caparazón, expuesta a lo que ¿otra vez la suerte? (puñetera suerte) quiera ponerme delante de mis ojos. A veces son simples recuerdos, conexiones inconscientes, que rememoran el daño y desatan el llanto. Si al principio del tratamiento contaba con los dedos de una mano los momento-pañuelo ahora, bien por decaimiento o por gilipollez extrema, no me quito la lágrima de encima.


·         INTOLERANCIA AL SUFRIMIENTO. Al hilo del punto anterior, y con intención de no sobreexponerme a imágenes que ya sé que despiertan el botón del sollozo, procuro evitar situaciones o historias (incluso películas) que me van a producir sufrimiento. En circunstancias normales se trataría de acontecimientos habituales pero que con esta expresión desproporcionada de las emociones hace que me agote incluso más que una tirada larga de entrenamiento. Es uno de los motivos por los que no me siento aún preparada para retomar la actividad laboral. Si no trabajara de cara a la enfermedad creo que me sería más fácil.

Pero no me quiero quedar sólo con los aspectos negativos. Otras cosas han mejorado.

-          Mi aspecto físico es lo más evidente. Es una pasada tener cejas y pestañas. Ya hasta puedo empezar a peinarme con el pelo que tengo. Eso de que sale más fuerte y rizado…ejem, ejem. Además, con eso de que estoy cuidando también la alimentación,  he perdido algo de peso y me veo mejor, ¡a veces hasta buenorra!, que aunque me falte una teta el resto de curvas siguen estando.  

-          Tengo algo más de tiempo de concentración. Mantengo la dispersión mental que ya me caracteriza pero consigo aguantar más tiempo leyendo que durante la quimio. Enrabietada cerraba el libro con tan solo media página leída. No podía avanzar.


-          Vivo más tranquila. Impensable hace unos meses, pero ahora funciono sin reloj. Y, aunque me sigo considerando un “culo inquieto” (lo soy y lo seré), he bajado nivel de revoluciones. Al principio esto me molestaba mucho. Me fue impuesto. Ahora decido que vivir así es mejor y hasta necesario.

-          He mejorado mi autoconocimiento. Me he probado en diferentes campos, he explorado inquietudes que por cuestión de tiempo no desarrollaba y me he escuchado más atentamente, descubriendo necesidades insospechadas y fascinándome ante el enigmático mundo de la introspección. He dejado de dar para comenzar a darme.

Posiblemente, escrito así, por puntos, tan estructurado, cual libro de sociales, pierda poder literario, pero no veía mejor forma de empezar a poner orden en mi vida. Mientras tanto cruzo los dedos por si este año toca 😉 Quién sabe. Cuestión de suerte. 



Entradas destacadas