viernes, 4 de mayo de 2018

TRAS EL CÁNCER, EMOCIONES EMOCIONANTES



¡Que es viernes y me ha dado por escribir! Raro, raro en estas últimas semanas. Y es que, en poco tiempo, creo que he pasado por todos los estados de ánimo habidos y por haber. Dicen que emociones hay más de 400 descritas. Variaciones de las seis básicas: miedo, asco, tristeza, sorpresa, ira y alegría. ¿Habéis hecho el ejercicio alguna vez de intentar ser consciente de cómo os sentíais durante un día entero?
Te despiertas y posiblemente te inunda la preocupación: “mierda, que ya me he dormido otra vez”. Desayunas con desasosiego, probablemente irritabilidad cuando descubres ese correo electrónico que te cambia los planes. Feliz cuando tu gato se restriega por tu pierna al haberle puesto comida. Cariño al darle un beso de despedida a tu pareja. Exasperación en el atasco matutino. Estupefacción al llegar al trabajo y destapar todo lo pendiente. Desconcierto por ese compi que luce bufanda con 23 grados a la sombra. Frustración cuando te equivocas. Deseo si ves pasar al tío buenorro de la cocacola que ahora repone barritas energéticas. Remordimiento cuando recuerdas que alguien te espera en casa. Y así, ¡más de 400 posibilidades! ¡Perpleja me quedé yo al saber que alguien ha sido capaz de describir tantas!

Posiblemente por todas ellas he pasado durante este tiempo de laguna literaria.

Por recapitular un poco, recuerdo en voz alta. Terminé la radioterapia en noviembre. Retomé el tratamiento con rehabilitación en enero, por la limitación que tenía en la movilización del brazo derecho a causa de la trombosis linfática superficial. Se unió el linfedema. Mejoró todo y ahora presumo de brazo embutido en manga de contención gris antracita que habéis podido ver en alguna de mis fotos (pronto nuevo color veraniego, que con éste me veo sosa). Los que me soportan más asiduamente han podido verme reír a carcajada limpia y recogerme con llantos desconsolados que, por cierto, asoman cada vez con menos frecuencia.

Me sorprendió un día un comentario en RRSS que calificaba de hipócrita tanta sonrisa en las fotos que publico. Me parece casi inherente en una persona que se enfrenta a una enfermedad como el cáncer contar con momentos de dolor y sufrimiento. Creo que me puedo sentir satisfecha de sobrellevarlos y plantar dientes a pesar de ellos.
Pasé incluso por cansarme de la palabra cáncer, de saturarme por todo aquello que se relacionaba con su existencia. Borré contactos que hicieran recordármelo. Me espantaba al ver fotos de calvitas o mujeres con pañuelos. Los lazos rosas me abrumaban.

Ayer cuando visitaba a mi médico de familia y le decía que ahora sí, que ahora ya podía decir que estaba bien, atribuí esta mejora al paso del tiempo. Él sin embargo apuntó que quizás, lo que había estado haciendo, de alguna manera, también había contribuido. Pero… ¿Qué es lo que he estado haciendo estos meses de recuperación? Algunos ya sé que me contestarían: ¡correr, correr y correr! Y en parte tienen razón.
Lo que he estado haciendo ha sido aumentar mi autoconocimiento. Me he presentado a mí misma, me he probado y, resulta que me he gustado, a pesar de las limitaciones (aunque esta última parte mi profe de mindfulness lo cataloga de pullita sobrante). He buscado, de manera activa, muy activa, momentos que me hicieran sentir bien. Momentos de disfrute, de evasión. Momentos de felicidad.
Y este don que tenemos las ex oncológicas anónimas de sentir al 315% ha hecho que la percepción de todas estas emociones desembocara en un estado en el que lo gratificante pesa más que la incertidumbre, un estado en el que se puede estar simplemente bien, sin más calificativos.
Y sí. Al deporte le doy premio.

Agradecida del día en el que algo me hizo cambiar y decidí ponerme unas zapatillas.

viernes, 2 de febrero de 2018

LA RIQUEZA DE COMPARTIR. TÚ, TE, TI, CONMIGO.


El otro día recordaba con mis compis cómo comenzó esto de las redes sociales. Al poco del diagnóstico, con sensación de bicho raro, quise buscar si había más gente como yo. Me parecía algo tan extraño que me creí especial (y más desamparada si cabe). Pero como hoy en día tenemos información a tan sólo un click, no fue difícil toparme con que, aunque no es lo habitual, otras mujeres de mi edad también se enfrentaban a los duros tratamientos contra el cáncer. He de reconocer que me generó cierto alivio.
A lo largo del proceso he tenido la suerte de conocer mujeres que con orgullo mostraban sus calvas, contaban goteros y sesiones de radioterapia o incluso se atrevían a enseñar cicatrices. Mujeres de todas las partes del mundo, que aún en la distancia, comparten sentimientos y esperanza. Mujeres que, bañadas por el agotamiento, dolor o malestar, no han dudado en lanzar mensajes de apoyo a quien los necesitara y que, a pesar de no haber roto la barrera de lo físico, sienten que abrazan a un familiar.
Y por supuesto que sí, que la familia, y los buenos amigos, son muy importantes, pero nadie va a entenderte mejor que quien se enfrenta, o se ha enfrentado al dichoso cáncer. La empatía existe, y hay quien se aproxima mucho, pero no es lo mismo. Lo siento por aquellos que no pertenecen “al club” pero ojalá nadie más entre.
Pues en esto del cáncer se estilan mucho los grupos de apoyo.  Yo estuve acudiendo a uno que en concreto realizaba mindfulness. Hay diferentes opciones gracias a asociaciones o incluso propuestos desde los mismos hospitales. A veces simplemente conoces gente como tú durante las sesiones de quimio o esperando en la sala de espera del oncólogo.  Para las amantes de las nuevas tecnologías, gente joven, vergonzosas o aquellas que simplemente quieren algo todavía más fácil, existen las redes sociales.
Hoy, y después de algo más de un año con mi diagnóstico a cuestas, me lanzo a hacerte esta recomendación: contacta con alguien que esté como tú. Da igual la forma, el medio o los intermediarios. Hablar con una persona que siente como tú, que sufre igual que tú y que tiene los mismos miedos o preocupaciones, te liberará carga. Ese compartir hace que todo sea mucho más fácil.
Rompe el hielo con esa compi que crees que lleva peluca igual que tú porque ves que se la coloca y recoloca a cada minuto durante la quimio. Llama a esa mujer que no sé quién te dijo que lo pasó hace tiempo y que ahora está curada. Acude a ese grupo que te han propuesto que se reúne los jueves por la mañana. Contacta con ese perfil de Instagram que luce pañuelos en lugar de melena. Detrás del móvil también hay una persona. Hazlo como quieras, pero hazlo. Creo que nunca antes he estado más segura de algo.
Yo quise sumarme a este COMPARTIR. Y estoy tan agradecida de lo que ahora tengo, que no puedo más que recordarles lo valiosas que son todas para mí.  No me olvido tampoco de quien formando ya parte importante de mi anterior vida cambió papeles tornándose diamante en bruto en la de ahora.
Mi tinerfeña, que recorrió kilómetros para regarme su abrazo. Bien podría habernos unido un tatuaje más que esta mierda de cicatrices.
Mis kiwis, que con nombre de fruta llenaron de mensajes mi teléfono y que a día de hoy son grandes amigas. Quién iba a decir que preguntar por la talla de una camiseta solidaria iba a dar tanto de sí.
Ireñe y sus zapatillas, que tanta fuerza me da para calzarme yo las mías a pesar del dolor o la pereza.
Ana y sus consejos sobre pan. No habría conseguido uno bueno si no fuera por sus recomendaciones.
Susana, Bel, Afri y Miriam, con las que descubrí que la pasarela también está hecha para las mujeres de poco pelo. Por cierto, muy enganchada ahora a sus predicciones meteorológicas diarias :P .
Todo el grupo mamagram y sus innumerables consejos. Desde baños salados postquimio, sujes para unitetas o geles vaginales. Bromas aparte, decisiones importantes compartidas tampoco fallaron.
Vanessa y su “si calva te van a mira igual” que motivó mi repentino y orgulloso destape. Eso sí fue un despertar.
Mon y su presencia tranquilizadora. Sus palabras retumban sabiduría.
Eva, mi reciente adquisición. Ese tipo de personas que sabes que quieres tener en tu vida.
Nieves, Marigely, Adina, Vero, Ángela, Sonia, Neus, Laura, María, Ari… y tantas otras mujeres que también quisieron conectar y compartir.

Que no nos una solo lo malo. Nos merecemos compartir también lo bueno.


sábado, 13 de enero de 2018

MIEDO Y CÁNCER. Obviedades transparentes.


Inicio mi andadura con el 2018 hablando del MIEDO. No parece un buen comienzo a priori. Quizás sólo con leer esta palabra se generen sentimientos desagradables. Y es que el miedo se relaciona con todo aquello que no deseamos que nos ocurra. Lo definen como una sensación de angustia provocada por un peligro real o imaginario.
He encontrado en la escritura desahogo para algunas de las preocupaciones (a veces rumiaciones) que han ido apareciendo con la enfermedad. Aquello que quedaba escrito era parte que mi lastre que soltaba. Pretendo hacer lo mismo con mi miedo.
Desde hace poco soy consciente de que muchas de las cosas que he hecho estos meses me han servido para tener distraído a mi miedo. La lectura, la pintura, la cocina, las manualidades… lo mantenían despistado. Además, en mi caso, que presumo de un amplio poder de abstracción y ensimismamiento, han sido actividades ya no solo gratificantes sino también oportunas. Dichosas tareas que hicieron de mi día a día con los tratamientos un camino mucho más llevadero.
El propio miedo ha sido también motor de la mayoría de mis cambios. He establecido una rutina de actividad física y he modificado mi dieta, ahora puedo decirlo con claridad, mayoritariamente por miedo.


Es decir, que, sin tenerlo presente, el miedo me ha acompañado todos los días desde el diagnóstico, en la retaguardia, en un segundo plano, pero bien postrado en mis hombros.
Bien, vivo con miedo, con MI MIEDO.  ¿Pero miedo a qué?
Mi mayor miedo en este momento es a la recidiva (reaparición de la enfermedad) y, en consecuencia, a la muerte. Es algo bastante obvio teniendo cáncer. Sé que no estoy destapando nada nuevo. Pero os aseguro que para llegar hasta aquí ha habido un largo proceso.
No tengo miedo al momento de la muerte. No pienso que vaya a experimentar dolor o malestar. Tengo miedo a que ésta llegue muy pronto y no me permita disfrutar lo que para la mayoría sería una vida normal. Miedo a no estar haciendo por mí todo lo que está en mi mano. Miedo a que se me acabe este “chollo” de la vida antes de formar una familia, antes de envejecer o antes de sufrir la pérdida de mis progenitores, como es ley de vida, dirían muchos. Tengo miedo de dejar a los míos solos y de causarles más dolor del que ya soportan.
Mi miedo no se viste de negro ni tiene forma de monstruo peludo. No calza zapatos de payaso ni tiene uñas afiladas. Mi miedo es una vida incompleta. Porque, aunque me siento muy afortunada por todo lo que me rodea, aún me sigue pareciendo injusto poder abandonar el juego tan pronto.
Sin embargo, como me dijo el otro día mi profesor de Mindfulness, lo importante no es el miedo, sino la relación que tienes con él.  
Ha llegado el momento de abordarlo, acogerlo (o abrazarlo). Atrás quedó la distracción que, aunque productiva, es insuficiente y, más que un estilo de afrontamiento, creo que se acerca con más peso al polo de la evitación.

Como decía al principio, el miedo puede producirse por una amenaza real, en mi caso, el cáncer, pero también imaginaria. Aquí es donde la mente puede jugar malas pasadas y adelantarnos acontecimientos que aún no han ocurrido y que posiblemente nunca ocurran.
Pienso que el miedo va a estar ahí siempre, pero aceptando esta premisa e intentando evitar la anticipación, quizás consiga regularlo.

Dejo aquí plasmado, no mi propósito de año, sino mi propósito de vida. 




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