martes, 30 de mayo de 2017

TETAS AL SOL


El otro día estuve un ratito en la playa con mi chico. Estar cerca del mar es de las cosas que más me gustan. Escuchar las olas, sentir la brisa húmeda, tumbarme al Sol, … Eso es algo que ahora no puedo hacer.


Las personas que recibimos quimioterapia podemos presentar fotosensibilidad. Es una respuesta anormal de nuestro organismo ante la exposición solar. Aumenta el riesgo de que presentemos irritaciones, quemaduras, … Nuestra piel se hace más sensible. Por eso es importante que evitemos el Sol, sobre todo en las horas más peligrosas, que utilicemos protectores, mínimo del 50 (cada vez que salgamos a la calle) y que cuidemos nuestra piel, hidratándola bien.

No pude resistirme a acercarme a la playa, bien provista de crema protectora, gorro y sombrilla, prontito por la mañana y dispuesta a leer un rato disfrutando de la tranquilidad que regala el mar. Todo estupendo hasta que me percaté de lo que me rodeaba. Tetas, tetas y más tetas, todas sueltas y al aire mirara por donde mirara. Quizás siempre ha habido chicas en topless en la playa donde suelo ir pero nunca antes me había llamado tanto la atención. Y lo que es peor, nunca antes había sentido envidia al verlas.

Sí, reconozco que fue eso lo que sentí. Envidia.

Mujeres de todas las edades mostrando sus mamas. Grandes, pequeñas, algunas caídas, otras firmes y operadas. Todas luciendo risueñas uno de los encantos de la mujer. Yo, sin embargo, metida bajo esa sombrilla y medio vestida porque tenía frío, mientras escondía lo que ahora no puedo ver como otra cosa más que como una teta pocha.

Creo que es inevitable en esta situación que a ese primer sentimiento de envida le sigan los temidos y odiosos celos cuando es tu pareja la que te acompaña. ¿Cómo puedo seguir gustándole físicamente si estoy calva, sin cejas ni pestañas y con una teta sentenciada? El cáncer también le pone a prueba a él.


Cuando hablo con los que me conocen bien piensan como yo en que mis rasgos ahora están más potenciados. Los buenos y los malos. “Ana en estado puro”. Siempre he sido insegura pero ahora este aspecto se multiplica no sabría decir por cuánto.

Esto me hace reflexionar sobre la feminidad y sobre lo que nos define como mujeres. Es indiscutible que no represento lo que es mi cuerpo, mi parte física. Soy mucho más que eso. Pero a veces es como subir una montaña con lluvia, viento en contra y una mochila bien cargada. Cada paso cuesta más que el anterior.

Me satisface saber que cuando llegue arriba, aunque no seré la misma que comenzó el camino y estaré llena de cicatrices, tanto visibles como invisibles, me habré hecho mucho más fuerte. El entrenamiento al que nos somete el cáncer es tan duro que ya nada en la vida nos encontrará desprevenidas.

jueves, 25 de mayo de 2017

TODOS ESTAMOS DESTINADOS A BRILLAR

Ayer tuve la oportunidad de poder asistir a una jornada muy especial para mí. La III Jornada de Cuidados Paliativos que organiza la Sociedad Valenciana de Medicina Paliativa (SVMP).

Como muchos ya sabéis, vivía apasionada por los Cuidados Paliativos. Lo que más llenaba y satisfacía era acompañar en el final de la vida. Sabía que estaba hecha para hacerlo y lo asumí como misión.  Durante estos poquitos años de profesión he podido desarrollar “mi encomienda” pero no tanto como me hubiera gustado. En Atención Primaria se trabajan más otros aspectos.

Recuerdo cómo recibí inicialmente con rabia la propuesta de formar parte del grupo de formación de la SVMP. Me llegaba a las pocas semanas de saber que tenía cáncer. No entendía por qué la propuesta venía justo en un momento en el que no podía responder profesionalmente. Tanto tiempo queriendo avanzar en lo que consideraba mi pasión… y llegaba cuando no podía.
Al poco entendí que, aunque no pudiera aportar mucho durante mi tratamiento, el simple hecho de estar podía hacerme feliz. Los compañeros me recibieron con los brazos abiertos.
Después de algunas reuniones en streaming con coletazos de quimioterapia y otras donde lo palpable se hacía realidad, ayer poníamos broche a una jornada de formación que fue éxito.
Reconozco que al principio me sentía un poco abrumada. Era la primera vez que acudía a un acto con tanta gente después de estos cinco meses donde ha predominado la reclusión. Era también el primer contacto firme con mi mundo profesional, con lo que soy. Y es que hice caso a mi oncólogo cuando en la primera consulta me indicó que desde ese mismo momento dejaba de ser médico y me convertía únicamente en paciente. Dicho y hecho. Dejé de leer sobre medicina y me confié a ellos.
Lo cierto es que, ya no sé si como médico, como paciente, o, por no entrar en dilemas, como persona, pude disfrutar mucho del encuentro; de poder compartir junto a otros que cuentan con mi mismo motor. Ayer nos decía Constanza Calatayud, responsable de formación de AEMIMD*, que todos estamos destinados a brillar, pero que es nuestra responsabilidad mostrar nuestro brillo. Es una forma de HUMANIDAD COMPARTIDA.
Este concepto, nuevo para mí, me abrió los ojos. Evidencia que no somos tan diferentes como pensamos, que es mucho más lo que nos une que lo que nos separa.
Si estás pasando un mal momento, si estás sufriendo, no eres el único que lo está experimentando. No te creas tan excepcional. Hay personas como tú que también viven un momento difícil. Al fin y al cabo, todos luchamos nuestra vida.
No quiero que se malinterprete con el conocido “mal de mucho consuelo de tontos”. No es la misma idea. La humanidad compartida se interpreta desde la auto-compasión, que parte de una  aceptación de la realidad, de lo que estamos experimentando, en mi caso el cáncer, y un deseo profundo de querer compartir tanto sufrimiento como felicidad, todo ello, desde el marco de la bondad.
Está claro que hay cosas de cada uno de nosotros que son excepcionales. Sin embargo, no son solo nuestras. Son el resultado de todas las personas que nos rodean, de nuestra lucha compartida, de nuestro esfuerzo, ... Debemos apreciarlo. Y tenemos que mostrarlo para así, poder agradecerlo.
Mostrando nuestras cualidades rendimos homenaje a todas las personas que contribuyen a ser lo que somos.
Por tanto, aceptando mi realidad, me descubro y comparto con vosotros, dando cabida a todo el espectro de sentimientos. Porque compartiendo me siento más acompañada. Me reconforta. Ayer tuve la oportunidad de redescubrir mi pasión, mi sentido, para lo que realmente estoy hecha. Es para ayudar a morir bien. Y aunque en este momento las circunstancias me obligan a parar, retomaré, con el corazón más abierto que nunca, todo el camino que aún me queda por recorrer.







*Asociación Española de Mindfulness y Compasión

martes, 16 de mayo de 2017

UN TRINA DE LIMÓN Y UN POCO MÁS DE QUIMIO, POR FAVOR

Catalogo a los bares y restaurantes en función de su disponibilidad de esta bebida con sabor ácido y refrescante pero sin burbujas. Un buen sitio es aquel que tiene Trina. El de toda la vida, el de siempre. Nesteas y Aquarius se han convertido en grandes competidores pero, donde esté un Trina de limón bien fresquito…. El caso es que parece que no está de moda, que es algo arcaico, tradicional y cuesta encontrarlo.


Quizás, siendo también tradicional, lo esperable en un paciente oncológico al terminar su quimioterapia es que se sienta feliz y aliviado. Es el tipo de respuesta emocional más habitual. Pues creo que vuelvo a salirme de la norma. Yo lo que quiero es que me pongan más quimio.


Y así se lo pedí a mi oncólogo, cual yonqui ansiando un chute. “¿Pero seguro que no me puedes poner un poco más?” Tampoco sirvieron los ojitos de gatito perdido en el bosque que le puse. Terminábamos con la quimio y debíamos empezar a preparar la cirugía.

Es como si hubiera conseguido control y estabilidad dentro de este horrible tratamiento. Tenía ya dominadas las fases. La primera semana era la más complicada, con los síntomas. Luego venía otra de estar alerta por la dichosa neutropenia. Sin embargo, encerrarme en casa parecía la solución para evitar posibles infecciones; no había vuelto a necesitar ingreso. Y, por último, la semana de vida normal, aquella en la que me esforzaba por hacer todo lo que se quedaba pendiente en los días anteriores. Lo tenía controlado, era mi rutina. Había entrado en una zona de confort, como dice mi amiga Cris, y costaba salir de ella. “¡Qué jodida es la incertidumbre que hace que nos sintamos seguros en una quimioterapia!



Además, aunque poco, la quimio estaba haciendo algo de efecto. El tumor se había reducido un poquito. Sé que no lo deseable. Y que existen protocolos. Pero… ¿¡los protocolos no están para violarlos?!

Sí que es cierto que al principio de todo tuve la sensación de invasión de alien en mi teta. Solo deseaba que me lo quitaran pronto. Mejor si era YA. Después te acostumbras. Hemos llegado a una convivencia pacífica. Si no creces ni molestas, aquí paz y después gloria. No tengo necesidad imperiosa de quitarlo como muchos me habéis preguntado.

Así que no es más que eso, miedo. El miedo que provoca la incertidumbre. Terminar con la quimio supone que vuelvo a perder el control. Agotado y neutropénico control. Comienza de nuevo la sensación de vértigo al mirar a lo desconocido, la cirugía.


Quise estudiar medicina a pesar de que desde pequeña me aterraban la sangre y las agujas. Desvanecía cuando tenían que hacerme una simple analítica. Superé mi fobia a la sangre y sus derivados por imposición. No quedaba otra…

Ese miedo se ha despertado al imaginarme trozo de carne trinchado en la mesa de quirófano. Bisturí, agujas, drenajes, suturas y ese frío interno que me recuerda a las prácticas de cirugía donde todos mis compañeros alucinaban por poder sujetar tejidos o pasar las pinzas.

Pienso en la intervención, me imagino intubada, en cómo confiaré mi cuerpo para que puedan curarme. En la cicatriz y los tubos que me pondrán para que no se produzcan colecciones de sangre. En el vendaje, en las curas. En el posible dolor. En la limitación funcional del brazo y la rehabilitación.  En el impacto visual que genere en mí. Me hablan de mutilación y aborrezco ese término. Con una connotación tan peyorativa que aún me siento más cerdo de granja esperando  entrar al matadero.

Prefiero pensar que necesito una sustitución de teta. Está enferma y me la cambiarán por otra. Bromeo diciendo que tengo la teta pocha y que necesito un cambio como cuando se te rompe el parachoques del coche. Es igualmente una comparación frívola, pero menos sanguinolenta.



Ayer pude paliar algo mi incertidumbre. Me visitó por primera vez el cirujano. Un hombre atento y tranquilo. Me cautivó la seguridad con la que me explicaba. Finalmente me harán una mastectomía radical con linfadenectomía axilar. Es un tipo de intervención en el que se extirpa toda la mama, a diferencia de la cuadrantectomía donde lo que se quita es el cuadrante en el que se localiza el tumor, o la tumorectomía, que es la extirpación únicamente del tumor (con márgenes de seguridad). La linfadenectomía consiste en la extracción de los ganglios linfáticos, en este caso, de la zona de la axila.


Son muchos los que me dicen que lo peor ya lo he pasado con la quimio. No soy capaz de verlo todavía. Entro de puntillas en esta nueva etapa, para mi más tosca y áspera, pero con el convencimiento de que conseguiré adaptarme. Es difícil vaticinar como sucederán las cosas (probablemente me acercara más si dijera imposible.) Por ello recojo las palabras de mi nueva amiga Nuria, que ayer me recordaba que nada en esta vida es seguro al 100%. Ilusa del futuro en el que cada vez intento pensar menos y feliz aprendiz del presente flotando en la incertidumbre. Al fin y cabo, como decía Marisol, la vida es una tómbola.  





miércoles, 10 de mayo de 2017

UNA MIRADA AL CÁNCER DESDE LOS OJOS DE UNA MADRE

Hoy doy comienzo a un nuevo espacio en el que colaborarán personas que de alguna u otra forma son importantes para mí. Quería que la encargada de iniciar esta nueva travesía fuera mi madre. Psicóloga y pedagoga, trabaja con menores  y familias en situación de riesgo. El vínculo establecido entre nosotras es tan fuerte que ni un tsunami podría destruirlo. Ahora, más fortalecidas que nunca, seguimos compartiendo vivencias y emociones.

Os dejo con su aportación.


Nunca imaginé que colaboraría con mi hija en un blog…y mucho menos si en el mismo se iba a hablar de cáncer. Yo estaba acostumbrada a hablar de mis temas profesionales, de padres desesperados con hijos que se portan mal, de apego, de pautas educativas. Pero la vida ha querido que en mi vocabulario aparezcan nuevas palabras antes impensables, no por desconocidas sino por poco familiares. Mastectomía, ganglios, quimioterapia. Las nombro ahora y aunque siguen conmoviéndome ya puedo permitirme decirlas sin llorar o sin temblar.

Una madre nunca está preparada para que su hija esté enferma de cáncer. Va contra la propia naturaleza. Pero tengo claro que yo no he elegido lo que le pasa a Ana, pero sí puedo elegir la forma en que lo podemos afrontar mejor. Es nuestra estrategia, no pensada pero sí sentida. Mi familia y yo nos preparamos semana a semana para luchar contra un amigo invisible pero que deja huella.

Cuando recuerdo la llamada de mi hija después del primer diagnóstico parece como si fuera un sueño, poco real. No reaccioné, iba conduciendo y hablaba con ella intentando decirme a mí misma que no era cierto. No fue ese sin embargo el peor momento, llegaron otros muy malos y supongo que aún nos quedan muchos más.

Lo que más nos ayudó desde el principio como familia fue hablar con mucha naturalidad del cáncer, de lo que nos preocupaba, de cómo nos sentíamos. Cada día desde el primer momento hablábamos mucho, el cáncer monopolizaba nuestras conversaciones (aún sigue haciéndolo), no de forma obsesiva sino como de algo que forma parte de nuestro presente y desgraciadamente también de nuestro futuro. Cuando en la vida de una familia algo tiene esa omnipresencia tan virulenta convirtiéndose en tu enemigo pueden pasar dos cosas, o tratas de conocerle al máximo para combatirle no solo con medicina sino también con actitud valiente, o se lleva en silencio por dentro y por fuera dejando a su libre albedrío que inunde todas las parcelas de la vida de la persona que lo padece y de su familia. Nosotros hemos elegido la primera opción. Al principio no fue fácil. Estuve muchos días sin poder hablar con nadie del tema que no fueran mi marido y mis hijas. Simplemente no podía hablar de ello. Supongo que el bloqueo emocional fue tan fuerte que necesité como los termostatos de los radiadores, rebajar mi nivel de angustia y de miedo para hacerlo. Ahora sigo teniendo angustia y miedo pero de otra manera.

El humor es otra de las cosas que nos está ayudando en este proceso. Somos capaces de hacer bromas de algo tan serio, no porque no le demos importancia, sino porque nos ayuda a romper los muros, a integrar la enfermedad en nuestras vidas, a despertar risas y sonrisas. Podemos decirle a Ana con cierta ironía que no se aproveche de que está oncológica para no poner la mesa, o reírnos con cariño de las cosas que se le olvidan con su memoria afectada por la quimio. Y Ana lo agradece en lugar de enfadarse. Pienso que una de las mejores cosas que puede hacer la familia por la persona que tiene cáncer es ayudarle a reírse con los problemas, no de los problemas que acarrea la enfermedad. A poder hablar de emociones abiertamente cuando tiene ganas de llorar y poder hacerlo porque se le da permiso, sin contención, sin tapujos. A mostrar preocupación pero también esperanza. A no dejar nada dentro, sino compartir sensaciones, sentimientos, dudas, decepciones, ilusiones e incluso sueños, de esos que parecen imposibles pero que en ocasiones se transforman en milagros tangibles.


En todo este camino que llevamos he aprendido muchas cosas. La primera es que los tiempos no los marca las agujas del reloj ni los calendarios, sino los momentos de la vida, las circunstancias del “aquí y ahora”. Que mi agenda cerrada puede abrirse en cualquier instante porque entran en acción situaciones que yo no elijo ni planifico, como que mi hija tenga un pico de fiebre o se encuentre mal.

Otra cosa que he aprendido es que no existe un límite para mi capacidad de asombro con las personas que nos quieren y que son muchísimas. Jamás imaginé tener tantas cerca de nosotros, ha tenido que pasar algo así para darnos cuenta. El poder de la amistad y del cariño el inmensurable. No hay día que no recibamos mensajes, llamadas, comentarios de tanta gente que nos apoya y nos acompaña. Esto en una batalla es crucial. Cada una de estas personas se convierten sin saberlo en pequeños soldados en nuestra batalla, todos juntos, empujando el carro de la esperanza y de la fortaleza. Una de las cosas que más me emociona es pensar en personas que estaban ahí, a mi lado, de forma silenciosa e incluso física y geográficamente lejos, o que hacía tiempo que no hablábamos. No puedo expresar con palabras lo reconfortante que han sido y son sus gestos de cariño y ánimo.

Hay una palabra que me gusta mucho, resiliencia. Según Froma Walsh es “la capacidad de una persona para recobrarse de la adversidad fortalecida y dueña de mayores recursos. Se trata de un proceso activo de resistencia, autocorrección y crecimiento como respuesta a las crisis y desafíos de la vida. Implica algo más que la mera posibilidad de sobrevivir a un suplicio horrible, atravesarlo o eludirlo”.

Después de haber impartido algunos cursos sobre resiliencia he podido constatar que no sabía tanto como pensaba de la misma, que una cosa es la teoría y otra bien distinta es la práctica. Estamos viviendo mi familia y yo un curso aplicado de resiliencia en el que palabras y frases anteriormente aprendidas cobran ahora otro cariz, otro significado. Según Boris Cyrulnik para que se dé la resiliencia se necesitan tres cosas: disponibilidad de recursos externos, adquisición de recursos internos y sentido.

En nuestro caso tengo muy claro que se dan. Tenemos los mejores recursos externos que se pueden tener: un equipo de médicos excepcionalmente humanos y buenos profesionales y una red sociofamiliar para quitarse el sombrero. Nuestra familia extensa es espectacular, especialmente mi hermana y las tías paternas de Ana y sus hijos/as que están siempre ahí, cada día, sosteniendo la red y lanzando al aire mensajes de ánimo y cariño. De los amigos y amigas no tendría espacio para contar los innumerables gestos de afecto que han mostrado. Les quiero y admiro a todos y cada uno.

Como recursos internos podemos decir que el despliegue no es menos que el anterior. Mi marido es el sostén nuestro, y con su temperamento sereno, racional y al mismo tiempo con gran sentido del humor, consigue que nos sintamos seguras, alegres, sabiendo que lo que tenga que pasar lo pasaremos con él al frente, abanderando siempre la batalla. Es el mejor padre y el mejor marido. Mi hija Andrea se ha convertido en el bastón de su hermana, disponible, atenta, meticulosa, previsora, cuida de todos los detalles para que Ana esté y se encuentre bien. Y finalmente qué decir de Ana, ha desplegado todo el arte que tenía interiormente a través de la pintura, la escritura ¡e incluso haciendo pinitos en la música!. Su alegría no es sólo lo que recoge el nombre es este blog, es su tarjeta de visita. Tesón cuando se propone algo, optimismo, iniciativa y sociabilidad le definen. Con estas armas la batalla promete.

El sentido o significado de este proceso que atravesamos nos permite decidir qué posición tomar en la contienda. Del estupor a la acción, del silencio a la palabra. No podemos asegurar el futuro pero podemos cambiar el presente. No es fácil. La incertidumbre y el miedo están acechando pero siempre hay un sol al que mirar y cuando se hace de noche tenemos estrellas que nos alumbran. No estamos perdidos, tenemos un norte al que dirigirnos y no estamos solos. No podemos evitar el viento pero podemos construir molinos. Sin perder la sonrisa.


Si os interesa el tema de la resiliencia infantil podéis consultar su blog en: http://resilienciainfantil.blogspot.com.es/

viernes, 5 de mayo de 2017

LOS EFECTOS SECUNDARIOS DE LA QUIMIOTERAPIA (2ª PARTE)


Dudaba si seguir escribiendo sobre este tema porque no quiero hacerme cansina. Pero releo lo anterior y está bastante incompleto. Uno de los motivos, además de mi enorme impaciencia por empezar una cosa cuando aún no he terminado otra, es mi despiste, que es cierto que existía antes del tratamiento, pero ahora, mucho más exacerbado.

Este pequeño aturdimiento me hace funcionar más lenta, se me olvidan las cosas y en general, me siento menos reactiva. Parece que un porcentaje alto de personas con cáncer experimenta problemas cognitivos durante el tratamiento. Algunas incluso los mantienen al finalizarlo. Esto asusta un poco al leerlo pero como en casi todo, hay mucho que hacer para intentar evitarlo. ¡Hay que mantener al cerebro en forma! Leer, hacer sudokus, escribir, … Y para esos olvidos tontos, lo más socorrido… los post-it. Yo he comenzado ya a escribirme notas siguiendo este consejo, ¡pero el problema es que luego se me olvida leerlas!. Poco a poco 😊

Me gusta llevar acompañantes a mis citas. Ya no solo por la parte afectiva sino porque he comprobado que me quedo solo con la mitad de la copla que me cantan. Va a ser cierto eso que decían en los cursos de comunicación de que el paciente se entera únicamente de alrededor del 40% de lo que pasa en la consulta. Los nervios por la información que vas a recibir, el entorno que no deja de ser un sitio hostil comparado con tu casa y la carga emocional, entre otros, hacen que nos enteremos bien poco de lo que se nos dice. Por eso es tan importante que nos repitan la información para asegurar su asimilación o nos dejen un espacio para preguntas. La mayoría de profesionales que hasta ahora me han atendido se llevan matrícula en esto, pero sé, al hablar con otras compañeras de batalla, que soy una afortunada. Ojalá no fuera cuestión de suerte sino algo habitual en la relación que se establece entre médicos y pacientes.

Otra de las cosas que se me olvida, y no por problema mío sino porque ha desaparecido, es la menstruación. Esta ausencia de menstruación es lo que se conoce como amenorrea. Lo cuento con sabor agridulce. Por un lado es una gozada. ¿Qué mujer disfruta teniendo la regla? Fuera tampones, compresas, …, fuera dolores menstruales. Pero por otro lado es un recuerdo del desajuste hormonal y de mi probable infertilidad, tema que daría para un post entero. Algunos tratamientos para el cáncer de mama pueden producir una menopausia inducida. Según la edad y la situación particular de la mujer, esta menopausia inducida puede ser transitoria o permanente.
Como ya dije en una entrada anterior, prefiero no pensar en porcentajes, pero son muchos los factores que entran en juego para que una mujer que haya superado un cáncer de mama a mi edad pueda ser mami en un futuro. Lo primero es superarlo. Lo demás ya vendrá después.
Ahora, aunque la mayor parte del tiempo tengo frío, cual mujer menopáusica, experimento sofocos. Entre esto y el entretiempo, me siento una matrioshka con tantas capas de ropa.


Tampoco comenté nada de la neuropatía periférica. Se llama así al daño que se produce en los nervios del sistema nervioso periférico, que son los nervios que se encuentran fuera del cerebro y la médula espinal y llevan señales a otras partes del cuerpo, como a las manos y a los pies. Se puede percibir como dolor, adormecimiento, hormigueo, pérdida de sensibilidad… He roto ya tres vasos y dos platos. Por no mencionar el resto de utensilios que se me han caído de las manos. Siempre he sido torpe, vale. Pero Ikea ahora me tiene como clienta vip.

La sequedad de boca es otra de las cosas que me incomodan. Ya puedo beberme medio litro de agua del tirón que sigo sintiendo la boca seca y áspera. No existe cactus en el desierto menos hidratado que mi lengua. La boca… y la piel en general. Suerte que disfruto probando cremas. Las que no me hacen tanta gracia son las pringosas que protegen contra el Sol. No puedo salir sin ponerme protección 50 en cada centímetro de piel que asome desnudo. Yo, que para quemarme tenía que haberme pegado paliza solar, ahora saco colores con poco más de 15 minutos frente a Lorenzo. En fin, nada que no pueda solucionar un gorro o una buena sombrilla.



Vaya, pues parece que sí que me había olvidado de algunas cosas… Hace unos meses me hubiera enfadado conmigo misma por esto pero… pelillos a la mar, ¡nunca mejor dicho!

miércoles, 3 de mayo de 2017

LOS EFECTOS SECUNDARIOS DE LA QUIMIOTERAPIA


Bien podía haber titulado esta entrada como “los temibles efectos secundarios de la quimioterapia” porque era tanto el temor que tenía antes de que aparecieran y me había concienciado tanto, que casi daba más miedo si pasaban los días y alguno de ellos no se presentaban. “¡A ver si es que no me está haciendo efecto la quimio!” llegué a pensar.

No me hizo falta leer sobre lo que me vendría porque los mensajes de advertencia llegaban por todas las vías posibles. Y así, expectante, es como me quedé sentada en el sofá aquella tranquila tarde después del primer ciclo de quimio.

Recuerdo la llamada de Enric y sus sabios consejos. “No permitas que los demás te digan cómo tienes que sentirte”. Aunque estaba (y estoy) enferma, no me sentía enferma. Y hoy sigo pensando igual. Algo que me repito mucho es que no soy el cáncer que tengo, no me representa. Puedo sentirme bien aun compartiendo espacio físico con la enfermedad.

El cansancio se instauró pronto. Me sorprendió como me costaba hasta enjabonarme y el suplicio que suponía mantener el mango de la ducha. Es bastante frustrante querer hacer cosas y no tener fuerzas. He sido siempre muy activa y esto ha sido lo que más me ha costado afrontar. Soportar la bajada de revoluciones. Aun así me esfuerzo por no parar siempre que puedo. Cada día bueno es día de zapatillas, libros o pinceles.

Los problemas digestivos estuvieron más marcados en los primeros ciclos. Con ellos, ocasionalmente algún sabor extraño. He tenido la suerte de no haber vomitado en contra de la profecía autocumplida que se me auguraba. Afortunada, esta vez con más gozo para mis padres, manteniendo el apetito.

Olor algo más acentuado, llagas muy puntuales y un aspecto extraño y rayado en las uñas.


La caída del pelo tiene incluso alguna ventaja. Pinzas y silk-epil se pierden en un cajón profundo. A algún que otro pelo lo echo más de menos. Las pestañas, por inútiles que parezcan, desempeñan una importante función amortiguadora de porquería. Ahora me entra todo en los ojos y hace que tenga a los de mi alrededor al acecho. “¿Esas lágrimas son de emoción o de limpieza?”. Las cejas la verdad es que no me sirven de mucho más que para hacer mis preparaciones de salida a la calle más largas. Me siento Dalí cuando toca dibujarlas.


Mi hermana, cariñosamente, me ha apodado Mr. Potato. Entre cejas, lentillas, peluca o pañuelo… tengo más complementos que la Barbie Malibú. ¡Y eso que todavía hablo de cuello para arriba!
Con diferencia, el peor aunque más invisible efecto secundario, es la bajada de defensas. Se ve que tengo la médula tonta porque me estrené con un ingreso por neutropenia a los 10 días de mi primer chute. Es de todos el que más me preocupa. Tanto que incluso durante el nadir (periodo en el que las defensas están en su punto más bajo) me recluyo en casa para evitar posibles contagios. Quizás sea un poco exagerada, pero me hace estar más tranquila.
Al fin y al cabo, los efectos secundarios, sean muchos o pocos, más o menos fuertes, son transitorios. De aquí a unos meses las cejas las seguiré pintando, pero en lienzos.

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