Bien podía haber titulado esta
entrada como “los temibles efectos
secundarios de la quimioterapia” porque era tanto el temor que tenía antes de
que aparecieran y me había concienciado tanto, que casi daba más miedo si
pasaban los días y alguno de ellos no se presentaban. “¡A ver si es que no me está
haciendo efecto la quimio!” llegué a pensar.
No me hizo falta leer sobre lo
que me vendría porque los mensajes de advertencia llegaban por todas las vías
posibles. Y así, expectante, es como me quedé sentada en el sofá aquella tranquila
tarde después del primer ciclo de quimio.
Recuerdo la llamada de Enric y
sus sabios consejos. “No permitas que los demás te digan cómo tienes que
sentirte”. Aunque estaba (y estoy) enferma, no me sentía enferma. Y hoy sigo
pensando igual. Algo que me repito mucho es que no soy el cáncer que tengo, no me representa. Puedo sentirme bien
aun compartiendo espacio físico con la enfermedad.
El cansancio se instauró pronto. Me sorprendió como me costaba hasta enjabonarme
y el suplicio que suponía mantener el mango de la ducha. Es bastante frustrante
querer hacer cosas y no tener fuerzas. He sido siempre muy
activa y esto ha sido lo que más me ha costado afrontar. Soportar la bajada de
revoluciones. Aun así me esfuerzo por no parar siempre que puedo. Cada día
bueno es día de zapatillas, libros o pinceles.
Los problemas digestivos estuvieron más marcados en los primeros
ciclos. Con ellos, ocasionalmente algún sabor extraño. He tenido la suerte de
no haber vomitado en contra de la profecía autocumplida que se me auguraba. Afortunada,
esta vez con más gozo para mis padres, manteniendo el apetito.
Olor algo más acentuado, llagas
muy puntuales y un aspecto extraño y rayado en las uñas.
La caída del pelo tiene incluso alguna ventaja. Pinzas y silk-epil se
pierden en un cajón profundo. A algún que otro pelo lo echo más de menos. Las
pestañas, por inútiles que parezcan, desempeñan una importante función
amortiguadora de porquería. Ahora me entra todo en los ojos y hace que tenga a
los de mi alrededor al acecho. “¿Esas lágrimas son de emoción o de limpieza?”.
Las cejas la verdad es que no me sirven de mucho más que para hacer mis
preparaciones de salida a la calle más largas. Me siento Dalí cuando toca
dibujarlas.
Mi hermana, cariñosamente, me ha
apodado Mr. Potato. Entre cejas, lentillas, peluca o pañuelo… tengo más
complementos que la Barbie Malibú. ¡Y eso que todavía hablo de cuello para
arriba!
Con diferencia, el peor aunque
más invisible efecto secundario, es la bajada
de defensas. Se ve que tengo la médula tonta porque me estrené con un
ingreso por neutropenia a los 10 días de mi primer chute. Es de todos el que
más me preocupa. Tanto que incluso durante el nadir (periodo en el que las
defensas están en su punto más bajo) me recluyo en casa para evitar posibles
contagios. Quizás sea un poco exagerada, pero me hace estar más tranquila.
Al fin y al cabo, los efectos secundarios, sean
muchos o pocos, más o menos fuertes, son transitorios. De aquí a unos meses las
cejas las seguiré pintando, pero en lienzos.
Cada día que pasa más emocionado y con más ganas de saber de tí! Vamos Ana!!!!! 💪💪
ResponderEliminarEres fuente de energía!!! mil gracias por tu apoyo!!!
EliminarAnaaaa!! Felicidades por lo q escribes! Nunca pensé, en las clases q compartimos, q tendrías q pasar por esto. Todo mi apoyo y todos mis ánimos hacia ti, igual q tú lo transmitías hacia los demás. Muchos , infinitos!
ResponderEliminarCarmen...qué placer leerte por aquí. Agradezco mucho tu apoyo. Yo creo que todavía nos quedan cosas por compartir en el mundo paliativo 😊😊 Muchísimas gracias
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