Hoy una gran cantidad de personas confían su suerte a un
número (los viciosillos a unos cuantos). Amuletos, rituales y tradiciones se
concentran en una mañana frente al televisor para aquellos afortunados que no
cuentan con obligaciones matutinas. El 22 de diciembre representa para algunos
un antes y un después. Los premiados muestran victoriosos su décimo premiado a
golpe de champán y risas. Para los que no, siempre queda el resignado dicho
popular de “lo importante es tener salud”.
El 22 de diciembre de hace un año me levantaba ilusionada. “¡Que
lo presiento, que esta vez nos toca!”. Recuerdo estar mirando el móvil a cada
momento esperando una llamada de júbilo que, como era de esperar por
estadística, no llegó.
Cuando terminé la consulta (ese día un poco antes de lo
normal para poder llegar a tiempo), fui al hospital a hacerme una ecografía
mamaría por un bulto que me había notado en la mama derecha. Recuerdo estar
nerviosa en la sala de espera. Tenía el tiempo justo para hacerla, volver a mi
centro de salud, comer y volverme a poner en faena porque ese día tenía
también turno de tarde. Puro trámite, pensé.
Se me remueve todo al recordar cómo ese día también cambió
mi suerte.
Creo que sin rozar lo patológico, soy una persona
supersticiosa. No paso por debajo de ninguna escalera, si se derrama sal sobre
la mesa me tiro un poco por detrás del hombro izquierdo, procuro cruzar los
pasos de peatones empezando con el pie derecho… y algún que otro ritual que no
menciono ¡porque creo que sí puede rozar lo enfermizo! ¡Mierda! Recuerdo aquel
espejo que se rompió, y ese gato negro que se me cruzó sin previo aviso. Bueno,
de hecho es que vivo con un gato que es más negro que otra cosa.
Cuestión de suerte o no, la realidad es que hace justo un
año, perdí mi condición de persona sana (¡y sin premio de lotería!).
No quiero ponerme a rememorar estos meses. Me sigue generando
sufrimiento. Pero sí quiero recapitular mi inventario de síntomas y otras
variedades que a día de hoy me acompañan en el quehacer oncológico. Ahí va mi
chequeo, aquí y ahora, a un año del diagnóstico:
·
DOLOR.
Me levanto con dolor cada día. Es más, duermo con dolor. Las muñecas y las
articulaciones del primer dedo de las manos es lo que más me interrumpe el
sueño. Por las mañanas se asemeja al dolor de la artrosis que intentaba
explicar en consulta a las personas mayores. Al principio te sientes como
anquilosada, rígida y contraída. Poco a poco, como si de una bici poco
engrasada se tratara, vas recuperando movilidad a chorro de aceite, en mi caso,
con estiramientos y actividad física. Curioso, ¿verdad? Muchos sabéis que me he
iniciado en el running y es, creo, lo que me hace no estar todo el día tirada
en la cama. Empezar el movimiento y casi hasta el quilómetro 2, representa para
mí el mayor suplicio del día. El resto de la carrera apenas me duele nada. Es
cuando más sana me siento. En casa, tras la ducha, el dolor vuelve a
instaurarse. Posiblemente por esto, porque mientras corro mis molestias
prácticamente desaparecen, es por lo que estoy tan enganchada, además de por la
descarga de “hormonas de las buenas” como yo las llamo.
·
PARESTESIAS.
Esa sensación de hormigueo en las palmas de las manos que vino al mes de
terminar la quimio y que no solo no ha menguado sino que se incrementa a su
propia voluntad sin haberme permitido (todavía) encontrarle el truquillo para
aliviarla. Antes mejoraba con agua fría. Ahora ni bailar por sevillanas me da
tregua. Con percepción ilusoria de llevar guantes constantemente se me siguen escurriendo
las cosas de las manos. Esto es lo que ha hecho que deje de pintar. He perdido
destreza hasta para escribir (para esto sí que tengo truco: si escribes en
grande no se nota tanto 😉).
·
DEDO EN
RESORTE O “EN GATILLO”. Y ya no es uno, sino cuatro. En los dedos anular y
pulgar de ambas manos. Me ocurre por la noche y con los periodos de reposo de
la mano en general. Me dicen que también es efecto secundario de la medicación
y que, posiblemente, desaparezca. O quizás no.
·
TROMBOSIS
LINFÁTICA SUPERFICIAL Y LINFEDEMA. Esto lo he contado ya en alguna ocasión.
Tras la cirugía desarrollé una complicación que consiste en la aparición de un
cordón (o cordones como es mi caso) doloroso, que va desde la axila intervenida
a la muñeca. Aunque menos acusado, continuo con el dichoso cordón que hace que
no levante por completo el brazo. Mi brazo tonto, como lo tengo acuñado, no
solo no cumple con su rango de movilidad sino que se siente presionado (como si
llevara una camiseta ajustada tres tallas menos) y cargado -nuestra relación
sigue siendo complicada-. El edema no es mucho pero como me descuide un día con
los ejercicios da bien por saco.
·
INSOMNIO.
A veces de conciliación, otras me visita a mitad de noche. A falta de
melatonina buenas son las zapatillas (uy, que casi hago eslogan y todo). Por
pesada que parezca con el tema, los días de deporte caigo rendida.
·
SOFOCOS.
Es bastante cómico (dejémoslo con tinte gracioso) encontrarte rodeada de
personas que se estremecen por el frío mientras tú empiezas a despojarte de
todo como si no hubiera un mañana. Cuestión de segundos pero dramáticos en
ocasiones. Ardes, literalmente, por dentro.
·
MEMORIA
POLLOSA. No nos vamos a engañar, nunca he sido un lince recordando datos
pero… me gustaría poder recordar mejor las cosas que me dicen porque puede
parecer desinterés. Me pongo notas, recordatorios, alarmas… Lo siento, pero a
veces ni con eso.
·
LABILIDAD
EMOCIONAL. Se trata de una inestabilidad en el ánimo. De manera totalmente
involuntaria puedo pasar de una risa sincera a un llanto desbocado en cuestión
de segundos. Entenderéis que para una persona controladora como me considero
yo, andar con las emociones sin rieles, llega a ser algo frustrante. Te sientes
como desnuda, mucho más que cuando te paseas con la teta fuera por radioterapia
¡Y eso que he ganado mucho en el tema del pudor! (mi torso lo conoce medio Valencia
y alrededores). Me he vuelto como caracol sin caparazón, expuesta a lo que
¿otra vez la suerte? (puñetera suerte) quiera ponerme delante de mis ojos. A
veces son simples recuerdos, conexiones inconscientes, que rememoran el daño y
desatan el llanto. Si al principio del tratamiento contaba con los dedos de una
mano los momento-pañuelo ahora, bien por decaimiento o por gilipollez extrema,
no me quito la lágrima de encima.
·
INTOLERANCIA
AL SUFRIMIENTO. Al hilo del punto anterior, y con intención de no
sobreexponerme a imágenes que ya sé que despiertan el botón del sollozo,
procuro evitar situaciones o historias (incluso películas) que me van a
producir sufrimiento. En circunstancias normales se trataría de acontecimientos
habituales pero que con esta expresión desproporcionada de las emociones hace
que me agote incluso más que una tirada larga de entrenamiento. Es uno de los
motivos por los que no me siento aún preparada para retomar la actividad
laboral. Si no trabajara de cara a la enfermedad creo que me sería más fácil.
Pero no me quiero quedar sólo con los aspectos negativos.
Otras cosas han mejorado.
-
Mi aspecto
físico es lo más evidente. Es una pasada tener cejas y pestañas. Ya hasta
puedo empezar a peinarme con el pelo que tengo. Eso de que sale más fuerte y
rizado…ejem, ejem. Además, con eso de que estoy cuidando también la alimentación,
he perdido algo de peso y me veo mejor, ¡a
veces hasta buenorra!, que aunque me falte una teta el resto de curvas siguen
estando.
-
Tengo algo más de tiempo de concentración. Mantengo la dispersión mental que ya me
caracteriza pero consigo aguantar más tiempo leyendo que durante la quimio. Enrabietada
cerraba el libro con tan solo media página leída. No podía avanzar.
-
Vivo más
tranquila. Impensable hace unos meses, pero ahora funciono sin reloj. Y,
aunque me sigo considerando un “culo inquieto” (lo soy y lo seré), he bajado
nivel de revoluciones. Al principio esto me molestaba mucho. Me fue impuesto.
Ahora decido que vivir así es mejor y hasta necesario.
-
He mejorado mi autoconocimiento. Me he probado en diferentes campos, he explorado
inquietudes que por cuestión de tiempo no desarrollaba y me he escuchado más atentamente,
descubriendo necesidades insospechadas y fascinándome ante el enigmático mundo
de la introspección. He dejado de dar para comenzar a darme.
Posiblemente, escrito así, por puntos, tan estructurado, cual
libro de sociales, pierda poder literario, pero no veía mejor forma de empezar
a poner orden en mi vida. Mientras tanto cruzo los dedos por si este año toca 😉 Quién sabe. Cuestión de suerte.