viernes, 4 de mayo de 2018

TRAS EL CÁNCER, EMOCIONES EMOCIONANTES



¡Que es viernes y me ha dado por escribir! Raro, raro en estas últimas semanas. Y es que, en poco tiempo, creo que he pasado por todos los estados de ánimo habidos y por haber. Dicen que emociones hay más de 400 descritas. Variaciones de las seis básicas: miedo, asco, tristeza, sorpresa, ira y alegría. ¿Habéis hecho el ejercicio alguna vez de intentar ser consciente de cómo os sentíais durante un día entero?
Te despiertas y posiblemente te inunda la preocupación: “mierda, que ya me he dormido otra vez”. Desayunas con desasosiego, probablemente irritabilidad cuando descubres ese correo electrónico que te cambia los planes. Feliz cuando tu gato se restriega por tu pierna al haberle puesto comida. Cariño al darle un beso de despedida a tu pareja. Exasperación en el atasco matutino. Estupefacción al llegar al trabajo y destapar todo lo pendiente. Desconcierto por ese compi que luce bufanda con 23 grados a la sombra. Frustración cuando te equivocas. Deseo si ves pasar al tío buenorro de la cocacola que ahora repone barritas energéticas. Remordimiento cuando recuerdas que alguien te espera en casa. Y así, ¡más de 400 posibilidades! ¡Perpleja me quedé yo al saber que alguien ha sido capaz de describir tantas!

Posiblemente por todas ellas he pasado durante este tiempo de laguna literaria.

Por recapitular un poco, recuerdo en voz alta. Terminé la radioterapia en noviembre. Retomé el tratamiento con rehabilitación en enero, por la limitación que tenía en la movilización del brazo derecho a causa de la trombosis linfática superficial. Se unió el linfedema. Mejoró todo y ahora presumo de brazo embutido en manga de contención gris antracita que habéis podido ver en alguna de mis fotos (pronto nuevo color veraniego, que con éste me veo sosa). Los que me soportan más asiduamente han podido verme reír a carcajada limpia y recogerme con llantos desconsolados que, por cierto, asoman cada vez con menos frecuencia.

Me sorprendió un día un comentario en RRSS que calificaba de hipócrita tanta sonrisa en las fotos que publico. Me parece casi inherente en una persona que se enfrenta a una enfermedad como el cáncer contar con momentos de dolor y sufrimiento. Creo que me puedo sentir satisfecha de sobrellevarlos y plantar dientes a pesar de ellos.
Pasé incluso por cansarme de la palabra cáncer, de saturarme por todo aquello que se relacionaba con su existencia. Borré contactos que hicieran recordármelo. Me espantaba al ver fotos de calvitas o mujeres con pañuelos. Los lazos rosas me abrumaban.

Ayer cuando visitaba a mi médico de familia y le decía que ahora sí, que ahora ya podía decir que estaba bien, atribuí esta mejora al paso del tiempo. Él sin embargo apuntó que quizás, lo que había estado haciendo, de alguna manera, también había contribuido. Pero… ¿Qué es lo que he estado haciendo estos meses de recuperación? Algunos ya sé que me contestarían: ¡correr, correr y correr! Y en parte tienen razón.
Lo que he estado haciendo ha sido aumentar mi autoconocimiento. Me he presentado a mí misma, me he probado y, resulta que me he gustado, a pesar de las limitaciones (aunque esta última parte mi profe de mindfulness lo cataloga de pullita sobrante). He buscado, de manera activa, muy activa, momentos que me hicieran sentir bien. Momentos de disfrute, de evasión. Momentos de felicidad.
Y este don que tenemos las ex oncológicas anónimas de sentir al 315% ha hecho que la percepción de todas estas emociones desembocara en un estado en el que lo gratificante pesa más que la incertidumbre, un estado en el que se puede estar simplemente bien, sin más calificativos.
Y sí. Al deporte le doy premio.

Agradecida del día en el que algo me hizo cambiar y decidí ponerme unas zapatillas.

viernes, 2 de febrero de 2018

LA RIQUEZA DE COMPARTIR. TÚ, TE, TI, CONMIGO.


El otro día recordaba con mis compis cómo comenzó esto de las redes sociales. Al poco del diagnóstico, con sensación de bicho raro, quise buscar si había más gente como yo. Me parecía algo tan extraño que me creí especial (y más desamparada si cabe). Pero como hoy en día tenemos información a tan sólo un click, no fue difícil toparme con que, aunque no es lo habitual, otras mujeres de mi edad también se enfrentaban a los duros tratamientos contra el cáncer. He de reconocer que me generó cierto alivio.
A lo largo del proceso he tenido la suerte de conocer mujeres que con orgullo mostraban sus calvas, contaban goteros y sesiones de radioterapia o incluso se atrevían a enseñar cicatrices. Mujeres de todas las partes del mundo, que aún en la distancia, comparten sentimientos y esperanza. Mujeres que, bañadas por el agotamiento, dolor o malestar, no han dudado en lanzar mensajes de apoyo a quien los necesitara y que, a pesar de no haber roto la barrera de lo físico, sienten que abrazan a un familiar.
Y por supuesto que sí, que la familia, y los buenos amigos, son muy importantes, pero nadie va a entenderte mejor que quien se enfrenta, o se ha enfrentado al dichoso cáncer. La empatía existe, y hay quien se aproxima mucho, pero no es lo mismo. Lo siento por aquellos que no pertenecen “al club” pero ojalá nadie más entre.
Pues en esto del cáncer se estilan mucho los grupos de apoyo.  Yo estuve acudiendo a uno que en concreto realizaba mindfulness. Hay diferentes opciones gracias a asociaciones o incluso propuestos desde los mismos hospitales. A veces simplemente conoces gente como tú durante las sesiones de quimio o esperando en la sala de espera del oncólogo.  Para las amantes de las nuevas tecnologías, gente joven, vergonzosas o aquellas que simplemente quieren algo todavía más fácil, existen las redes sociales.
Hoy, y después de algo más de un año con mi diagnóstico a cuestas, me lanzo a hacerte esta recomendación: contacta con alguien que esté como tú. Da igual la forma, el medio o los intermediarios. Hablar con una persona que siente como tú, que sufre igual que tú y que tiene los mismos miedos o preocupaciones, te liberará carga. Ese compartir hace que todo sea mucho más fácil.
Rompe el hielo con esa compi que crees que lleva peluca igual que tú porque ves que se la coloca y recoloca a cada minuto durante la quimio. Llama a esa mujer que no sé quién te dijo que lo pasó hace tiempo y que ahora está curada. Acude a ese grupo que te han propuesto que se reúne los jueves por la mañana. Contacta con ese perfil de Instagram que luce pañuelos en lugar de melena. Detrás del móvil también hay una persona. Hazlo como quieras, pero hazlo. Creo que nunca antes he estado más segura de algo.
Yo quise sumarme a este COMPARTIR. Y estoy tan agradecida de lo que ahora tengo, que no puedo más que recordarles lo valiosas que son todas para mí.  No me olvido tampoco de quien formando ya parte importante de mi anterior vida cambió papeles tornándose diamante en bruto en la de ahora.
Mi tinerfeña, que recorrió kilómetros para regarme su abrazo. Bien podría habernos unido un tatuaje más que esta mierda de cicatrices.
Mis kiwis, que con nombre de fruta llenaron de mensajes mi teléfono y que a día de hoy son grandes amigas. Quién iba a decir que preguntar por la talla de una camiseta solidaria iba a dar tanto de sí.
Ireñe y sus zapatillas, que tanta fuerza me da para calzarme yo las mías a pesar del dolor o la pereza.
Ana y sus consejos sobre pan. No habría conseguido uno bueno si no fuera por sus recomendaciones.
Susana, Bel, Afri y Miriam, con las que descubrí que la pasarela también está hecha para las mujeres de poco pelo. Por cierto, muy enganchada ahora a sus predicciones meteorológicas diarias :P .
Todo el grupo mamagram y sus innumerables consejos. Desde baños salados postquimio, sujes para unitetas o geles vaginales. Bromas aparte, decisiones importantes compartidas tampoco fallaron.
Vanessa y su “si calva te van a mira igual” que motivó mi repentino y orgulloso destape. Eso sí fue un despertar.
Mon y su presencia tranquilizadora. Sus palabras retumban sabiduría.
Eva, mi reciente adquisición. Ese tipo de personas que sabes que quieres tener en tu vida.
Nieves, Marigely, Adina, Vero, Ángela, Sonia, Neus, Laura, María, Ari… y tantas otras mujeres que también quisieron conectar y compartir.

Que no nos una solo lo malo. Nos merecemos compartir también lo bueno.


sábado, 13 de enero de 2018

MIEDO Y CÁNCER. Obviedades transparentes.


Inicio mi andadura con el 2018 hablando del MIEDO. No parece un buen comienzo a priori. Quizás sólo con leer esta palabra se generen sentimientos desagradables. Y es que el miedo se relaciona con todo aquello que no deseamos que nos ocurra. Lo definen como una sensación de angustia provocada por un peligro real o imaginario.
He encontrado en la escritura desahogo para algunas de las preocupaciones (a veces rumiaciones) que han ido apareciendo con la enfermedad. Aquello que quedaba escrito era parte que mi lastre que soltaba. Pretendo hacer lo mismo con mi miedo.
Desde hace poco soy consciente de que muchas de las cosas que he hecho estos meses me han servido para tener distraído a mi miedo. La lectura, la pintura, la cocina, las manualidades… lo mantenían despistado. Además, en mi caso, que presumo de un amplio poder de abstracción y ensimismamiento, han sido actividades ya no solo gratificantes sino también oportunas. Dichosas tareas que hicieron de mi día a día con los tratamientos un camino mucho más llevadero.
El propio miedo ha sido también motor de la mayoría de mis cambios. He establecido una rutina de actividad física y he modificado mi dieta, ahora puedo decirlo con claridad, mayoritariamente por miedo.


Es decir, que, sin tenerlo presente, el miedo me ha acompañado todos los días desde el diagnóstico, en la retaguardia, en un segundo plano, pero bien postrado en mis hombros.
Bien, vivo con miedo, con MI MIEDO.  ¿Pero miedo a qué?
Mi mayor miedo en este momento es a la recidiva (reaparición de la enfermedad) y, en consecuencia, a la muerte. Es algo bastante obvio teniendo cáncer. Sé que no estoy destapando nada nuevo. Pero os aseguro que para llegar hasta aquí ha habido un largo proceso.
No tengo miedo al momento de la muerte. No pienso que vaya a experimentar dolor o malestar. Tengo miedo a que ésta llegue muy pronto y no me permita disfrutar lo que para la mayoría sería una vida normal. Miedo a no estar haciendo por mí todo lo que está en mi mano. Miedo a que se me acabe este “chollo” de la vida antes de formar una familia, antes de envejecer o antes de sufrir la pérdida de mis progenitores, como es ley de vida, dirían muchos. Tengo miedo de dejar a los míos solos y de causarles más dolor del que ya soportan.
Mi miedo no se viste de negro ni tiene forma de monstruo peludo. No calza zapatos de payaso ni tiene uñas afiladas. Mi miedo es una vida incompleta. Porque, aunque me siento muy afortunada por todo lo que me rodea, aún me sigue pareciendo injusto poder abandonar el juego tan pronto.
Sin embargo, como me dijo el otro día mi profesor de Mindfulness, lo importante no es el miedo, sino la relación que tienes con él.  
Ha llegado el momento de abordarlo, acogerlo (o abrazarlo). Atrás quedó la distracción que, aunque productiva, es insuficiente y, más que un estilo de afrontamiento, creo que se acerca con más peso al polo de la evitación.

Como decía al principio, el miedo puede producirse por una amenaza real, en mi caso, el cáncer, pero también imaginaria. Aquí es donde la mente puede jugar malas pasadas y adelantarnos acontecimientos que aún no han ocurrido y que posiblemente nunca ocurran.
Pienso que el miedo va a estar ahí siempre, pero aceptando esta premisa e intentando evitar la anticipación, quizás consiga regularlo.

Dejo aquí plasmado, no mi propósito de año, sino mi propósito de vida. 




viernes, 29 de diciembre de 2017

EL REGALO DE MI CHICO


El último viernes del año y no puedo traer un post más especial. El de mi chico. Llevaba tiempo sugiriéndole que escribiera algo. Me hacía ilusión ver plasmado cómo ha vivido él estos meses porque pienso que no es lo mismo hablar, que sentarse a ordenar pensamientos y reflejarlos por escrito. Me emociono al compartirlo con vosotros por aquí:


Estos días se cumple un año de aquel día que cambiaría para siempre nuestras vidas y muchas veces me has preguntado cómo he vivido, he aguantado y me he mantenido fuerte a tu lado. Esto es fácil de responder, tú has conseguido que acompañarte durante este proceso no haya resultado ser ninguna carga, y esto se debe a tu positivismo desde el primer momento y a la forma cómo has ido superando las diferentes barreras que han ido apareciendo a lo largo de este año. Como diría tu madre: resilencia, esa palabra cuyo significado desconocía hasta hace unos meses, y que tan importante ha sido para poder afrontar estos meses con toda la entereza y fuerza que se necesita.  Todavía recuerdo muy bien esa mañana que me confesaste la presencia de un pequeño bultito en el cuadrante superior externo de tu mama derecha y aún siguen resonando en mi cabeza aquellas palabras con las que pretendía tranquilizarte: “no será nada”, “es redondito”, “por edad y tacto debe tratarse de un fibroadenoma”, “no obstante, como es grande y un poco irregular pediremos una ecografía”. La sorpresa que me llevé el día que te hicieron las pruebas todavía me provoca escalofríos. Y es que ese día, el 22 de Diciembre de 2016, día de la Lotería, para más recochineo, iba a marcar la trayectoria del próximo año.  Ese día me pediste que te cubriera el turno de tarde que tenías en el Centro de Salud. Habías ido a hacerte la ecografía pero las pruebas se habían alargado. Recuerdo que me llamaste por teléfono para decirme que te retrasarías y que te iban a hacer una resonancia. Esto me pareció muy extraño y aún me preocupó más cuando te vi aparecer en la consulta. Finalmente habían decidido hacer una biopsia y cuando nos lo contaste a Rayda y a mí, mientras te derrumbabas, entendí que algo no había salido bien. Esto lo pude confirmar al ver las imágenes de la ecografía. Aunque sé muy poco de ecografía, con esas imágenes impresionaba que no iba a ser bueno. Esto fue un duro golpe, no solo por el diagnóstico de la enfermedad, sino por la edad y lo poco probable que es un cáncer de mama siendo tan joven.  Era tan injusto que apareciera tan pronto y en un momento tan bonito de nuestra relación, que aún pienso que la suerte se cebó un poco con nosotros. Algunos días sigo sin creerme que esto pasara tan solo dos meses después de empezar a conocernos. De este pensamiento pasé a pensar en lo asustada que estarías e intenté consolarte, pero poco podía decirte cuando tú lo vivías igual de injusto que yo. Además tú ya estabas pensando en cómo contárselo a tu familia, y yo seguía sin creerme todo lo que estaba a punto de pasar.

Después vinieron más pruebas. Se confirmó la biopsia. Era un carcinoma ductal infiltrante. Por suerte, tenía receptores hormonales positivos. Con el diagnóstico empecé a realizar una exhaustiva búsqueda bibliográfica. El cáncer de mama ha evolucionado mucho los últimos años y de lo que estudiamos en la Universidad a la actualidad había un mundo de opciones que desconocía. Después vinieron a la mente los porcentajes. Primero de respuesta al tratamiento, después de tasas de curación y por último probabilidades de recaída. Toda la revisión sirvió para actualizarme, pero poco me aportó para sacar una conclusión: “cada caso es un mundo y hay que ser lo más agresivos posibles porque Ana es joven”.

Con esta mentalidad iniciamos la quimioterapia. El tratamiento consistiría en 8 ciclos de venenosos y tóxicos fármacos que te iban a provocar náuseas y vómitos, que te dejarían débil y cansada y que provocarían la caída del  pelo. Además, podían provocar una bajada de defensas. Recuerdo cómo te preocupaba el tema de la caída del pelo y si estarías muy fea. Yo a eso no le daba ninguna importancia. Estaba más preocupado en que toleraras bien los fármacos y en que tus defensas se mantuvieran fuertes. Es lo que tiene ser tío y un poco dejado para estos temas.  Tu preocupación por el tema de la caída del pelo te llevó a raparte antes de que empezara a caer. Preferías tener la sensación de control y que eras tú quien lo cortaba. Pienso que esto fue un acierto. Además, al raparte el pelo, me recordabas a la teniente O’neil y esto reflejaba muy bien lo luchadora que eres. En este punto creo que también fue muy importante tu familia. Ellos siempre han ido un paso por delante de ti y han sabido informarse y después aconsejarte de la mejor manera posible. Un ejemplo es como te llevaron a por la peluca por sorpresa y como supieron llevarte al mejor sitio para que te vieras guapa. Los pañuelos terminaron sustituyendo a tu peluca “Manola” y después el crecimiento progresivo del pelo hizo el resto. Siempre me has preguntado cómo podía ser que te viera atractiva así. Yo sigo viéndote muy guapa y pienso que el pelo corto te favorece.


Tras la quimio vino la cirugía. Una mastectomía radical con vaciamiento axilar. Recuerdo el miedo que tenías a no despertarte en quirófano y ya no sabía que inventarme para que te quedaras tranquila. Ese día salió todo muy bien pero por la noche, fue la primera vez que me asusté de verdad. Ver cómo te retorcías de dolor esa noche no lo olvidaré nunca, y aunque sigo pensando que había un componente emocional muy fuerte por todo lo vivido, creo que ha sido una de mis experiencias como acompañante más dolorosas. Ajustando medicación y con música de relajación pudiste descansar. Pero creo que ha sido la noche que peor he descansado y eso que sabes que me duermo hasta encima de las piedras.


Posteriormente has recibido la radioterapia. Aquí poco te he podido ayudar. Todos los días entre semana tenías sesión mientras yo trabajaba y únicamente te he podido acompañar en mis ratos libres. En esta fase es donde he conocido a la Ana más luchadora. A pesar de lo cansada que estabas por la quimio y por la radioterapia has encontrado fuerza para empezar a correr largas distancias. Y no solo eso, has convertido la actividad física en una obligación en tu rutina diaria, a la vez que has conseguido que otras enfermas como tú empiecen a interesarse por los autocuidados, la alimentación y la actividad física. Ver el cambio en el estilo de vida que has experimentado es brutal. Has pasado de ser una persona que no realizaba actividad física y que comía lo primero que encontraba en la nevera, a planificar tus comidas, a salir a correr y a moldear tu propio pan. Tengo que decir que este cambio demuestra las ganas que tienes de seguir luchando y yo te apoyo en esta lucha.

Por todo esto, únicamente puedo decir que ha sido y sigue siendo un honor acompañarte en este proceso, tanto en los buenos como en los malos periodos, y que a pesar de que puede haber situaciones de debilidad y bajón, en conjunto sigue predominando la positividad, la felicidad y los buenos momentos.

Te quiero solet.

Andreu


viernes, 22 de diciembre de 2017

RECAPITULANDO - A UN AÑO DEL DIAGNÓSTICO


Hoy una gran cantidad de personas confían su suerte a un número (los viciosillos a unos cuantos). Amuletos, rituales y tradiciones se concentran en una mañana frente al televisor para aquellos afortunados que no cuentan con obligaciones matutinas. El 22 de diciembre representa para algunos un antes y un después. Los premiados muestran victoriosos su décimo premiado a golpe de champán y risas. Para los que no, siempre queda el resignado dicho popular de “lo importante es tener salud”.
El 22 de diciembre de hace un año me levantaba ilusionada. “¡Que lo presiento, que esta vez nos toca!”. Recuerdo estar mirando el móvil a cada momento esperando una llamada de júbilo que, como era de esperar por estadística, no llegó.
Cuando terminé la consulta (ese día un poco antes de lo normal para poder llegar a tiempo), fui al hospital a hacerme una ecografía mamaría por un bulto que me había notado en la mama derecha. Recuerdo estar nerviosa en la sala de espera. Tenía el tiempo justo para hacerla, volver a mi centro de salud, comer y volverme a poner en faena porque ese día tenía también turno de tarde. Puro trámite, pensé.
Se me remueve todo al recordar cómo ese día también cambió mi suerte.
Creo que sin rozar lo patológico, soy una persona supersticiosa. No paso por debajo de ninguna escalera, si se derrama sal sobre la mesa me tiro un poco por detrás del hombro izquierdo, procuro cruzar los pasos de peatones empezando con el pie derecho… y algún que otro ritual que no menciono ¡porque creo que sí puede rozar lo enfermizo! ¡Mierda! Recuerdo aquel espejo que se rompió, y ese gato negro que se me cruzó sin previo aviso. Bueno, de hecho es que vivo con un gato que es más negro que otra cosa.
Cuestión de suerte o no, la realidad es que hace justo un año, perdí mi condición de persona sana (¡y sin premio de lotería!).
No quiero ponerme a rememorar estos meses. Me sigue generando sufrimiento. Pero sí quiero recapitular mi inventario de síntomas y otras variedades que a día de hoy me acompañan en el quehacer oncológico. Ahí va mi chequeo, aquí y ahora, a un año del diagnóstico:
·         DOLOR. Me levanto con dolor cada día. Es más, duermo con dolor. Las muñecas y las articulaciones del primer dedo de las manos es lo que más me interrumpe el sueño. Por las mañanas se asemeja al dolor de la artrosis que intentaba explicar en consulta a las personas mayores. Al principio te sientes como anquilosada, rígida y contraída. Poco a poco, como si de una bici poco engrasada se tratara, vas recuperando movilidad a chorro de aceite, en mi caso, con estiramientos y actividad física. Curioso, ¿verdad? Muchos sabéis que me he iniciado en el running y es, creo, lo que me hace no estar todo el día tirada en la cama. Empezar el movimiento y casi hasta el quilómetro 2, representa para mí el mayor suplicio del día. El resto de la carrera apenas me duele nada. Es cuando más sana me siento. En casa, tras la ducha, el dolor vuelve a instaurarse. Posiblemente por esto, porque mientras corro mis molestias prácticamente desaparecen, es por lo que estoy tan enganchada, además de por la descarga de “hormonas de las buenas” como yo las llamo.

·         PARESTESIAS. Esa sensación de hormigueo en las palmas de las manos que vino al mes de terminar la quimio y que no solo no ha menguado sino que se incrementa a su propia voluntad sin haberme permitido (todavía) encontrarle el truquillo para aliviarla. Antes mejoraba con agua fría. Ahora ni bailar por sevillanas me da tregua. Con percepción ilusoria de llevar guantes constantemente se me siguen escurriendo las cosas de las manos. Esto es lo que ha hecho que deje de pintar. He perdido destreza hasta para escribir (para esto sí que tengo truco: si escribes en grande no se nota tanto 😉).


·         DEDO EN RESORTE O “EN GATILLO”. Y ya no es uno, sino cuatro. En los dedos anular y pulgar de ambas manos. Me ocurre por la noche y con los periodos de reposo de la mano en general. Me dicen que también es efecto secundario de la medicación y que, posiblemente, desaparezca. O quizás no.

·         TROMBOSIS LINFÁTICA SUPERFICIAL Y LINFEDEMA. Esto lo he contado ya en alguna ocasión. Tras la cirugía desarrollé una complicación que consiste en la aparición de un cordón (o cordones como es mi caso) doloroso, que va desde la axila intervenida a la muñeca. Aunque menos acusado, continuo con el dichoso cordón que hace que no levante por completo el brazo. Mi brazo tonto, como lo tengo acuñado, no solo no cumple con su rango de movilidad sino que se siente presionado (como si llevara una camiseta ajustada tres tallas menos) y cargado -nuestra relación sigue siendo complicada-. El edema no es mucho pero como me descuide un día con los ejercicios da bien por saco.

·         INSOMNIO. A veces de conciliación, otras me visita a mitad de noche. A falta de melatonina buenas son las zapatillas (uy, que casi hago eslogan y todo). Por pesada que parezca con el tema, los días de deporte caigo rendida.

·         SOFOCOS. Es bastante cómico (dejémoslo con tinte gracioso) encontrarte rodeada de personas que se estremecen por el frío mientras tú empiezas a despojarte de todo como si no hubiera un mañana. Cuestión de segundos pero dramáticos en ocasiones. Ardes, literalmente, por dentro.

·         MEMORIA POLLOSA. No nos vamos a engañar, nunca he sido un lince recordando datos pero… me gustaría poder recordar mejor las cosas que me dicen porque puede parecer desinterés. Me pongo notas, recordatorios, alarmas… Lo siento, pero a veces ni con eso.

·         LABILIDAD EMOCIONAL. Se trata de una inestabilidad en el ánimo. De manera totalmente involuntaria puedo pasar de una risa sincera a un llanto desbocado en cuestión de segundos. Entenderéis que para una persona controladora como me considero yo, andar con las emociones sin rieles, llega a ser algo frustrante. Te sientes como desnuda, mucho más que cuando te paseas con la teta fuera por radioterapia ¡Y eso que he ganado mucho en el tema del pudor! (mi torso lo conoce medio Valencia y alrededores). Me he vuelto como caracol sin caparazón, expuesta a lo que ¿otra vez la suerte? (puñetera suerte) quiera ponerme delante de mis ojos. A veces son simples recuerdos, conexiones inconscientes, que rememoran el daño y desatan el llanto. Si al principio del tratamiento contaba con los dedos de una mano los momento-pañuelo ahora, bien por decaimiento o por gilipollez extrema, no me quito la lágrima de encima.


·         INTOLERANCIA AL SUFRIMIENTO. Al hilo del punto anterior, y con intención de no sobreexponerme a imágenes que ya sé que despiertan el botón del sollozo, procuro evitar situaciones o historias (incluso películas) que me van a producir sufrimiento. En circunstancias normales se trataría de acontecimientos habituales pero que con esta expresión desproporcionada de las emociones hace que me agote incluso más que una tirada larga de entrenamiento. Es uno de los motivos por los que no me siento aún preparada para retomar la actividad laboral. Si no trabajara de cara a la enfermedad creo que me sería más fácil.

Pero no me quiero quedar sólo con los aspectos negativos. Otras cosas han mejorado.

-          Mi aspecto físico es lo más evidente. Es una pasada tener cejas y pestañas. Ya hasta puedo empezar a peinarme con el pelo que tengo. Eso de que sale más fuerte y rizado…ejem, ejem. Además, con eso de que estoy cuidando también la alimentación,  he perdido algo de peso y me veo mejor, ¡a veces hasta buenorra!, que aunque me falte una teta el resto de curvas siguen estando.  

-          Tengo algo más de tiempo de concentración. Mantengo la dispersión mental que ya me caracteriza pero consigo aguantar más tiempo leyendo que durante la quimio. Enrabietada cerraba el libro con tan solo media página leída. No podía avanzar.


-          Vivo más tranquila. Impensable hace unos meses, pero ahora funciono sin reloj. Y, aunque me sigo considerando un “culo inquieto” (lo soy y lo seré), he bajado nivel de revoluciones. Al principio esto me molestaba mucho. Me fue impuesto. Ahora decido que vivir así es mejor y hasta necesario.

-          He mejorado mi autoconocimiento. Me he probado en diferentes campos, he explorado inquietudes que por cuestión de tiempo no desarrollaba y me he escuchado más atentamente, descubriendo necesidades insospechadas y fascinándome ante el enigmático mundo de la introspección. He dejado de dar para comenzar a darme.

Posiblemente, escrito así, por puntos, tan estructurado, cual libro de sociales, pierda poder literario, pero no veía mejor forma de empezar a poner orden en mi vida. Mientras tanto cruzo los dedos por si este año toca 😉 Quién sabe. Cuestión de suerte. 



viernes, 17 de noviembre de 2017

BICHITO A LA PLANCHA - LA RADIOTERAPIA


Creo que esperaba un final apoteósico. Creo que tantas veces imaginé el momento de terminar que lo había idealizado. Dedos para contar cómo avanzaba con la quimioterapia, brazo arriba para comparar como poco a poco iba ganando movilidad tras la cirugía, números y más números que indicaban las sesiones de radio y…los meses pasan, la pauta terapéutica se cumple, pero, todo no acaba aquí.


Sí es cierto que al finalizar con la radioterapia sentí alivio. No se borra de mi cabeza el abrazo que le di a mi madre diciéndole “Ya está. Ha terminado” mientras llorábamos juntas al salir del sótano. Y es que se ha hecho largo. Llevo 11 meses tratándome. Para mí una eternidad. De hecho, apenas recuerdo mi vida de antes. Y cuando lo hago, no es con anhelo o nostalgia, sino con rechazo. Me duele mirar atrás y rememorar cuánto me castigaba a mí misma, con cuánta autoexigencia me hablaba y lo poco que me cuidaba.
Pero voy por partes; hoy sólo quiero cerrar el capítulo de la radiación.  
Inicialmente no estaba del todo claro que fuera a recibirla. No a todas las mujeres a las que se les practica una mastectomía tienen indicación de radioterapia. Es necesario cumplir ciertas condiciones. En mi caso, con ganglios afectos en axila, decidieron que lo mejor era aplicarla.
Cuando estás en las inmediaciones del servicio de radioterapia te sientes como en una central nuclear. Carteles de precaución y puertas blindadas con espesor de neumático de todoterreno se mezclan con técnicos que se apresuran por salir de la estancia antes de que la radiación comience.
En la primera visita se hace una planificación. El oncólogo radioterapeuta junto con un técnico realiza una simulación para identificar el campo de tratamiento. Es por eso que nos marcan con unos pequeños tatuajes, para tener las coordenadas de la zona a tratar.
Ese impás de tiempo desde la simulación hasta la primera sesión transcurre lento y te descubres impaciente ante algo que se vive como un premio más que un trámite. “¡Ya me han llamado! ¡Ya empiezo!”
Las sesiones no son largas, de unos 10 minutos. Creo que algunas afortunadas con máquinas más modernas están incluso menos. Debes colocarte siempre en la misma posición, boca arriba, con los brazos levantados y la cabeza girada al lado contrario. E1, 5-8… Tus medidas dejan de ser valoradas con cinta métrica y te conviertes en una visión tridimensional computarizada esperando a ser churrascadita.  
Pasé las primeras sesiones perpleja, curiosa, observando todo lo que mi posición me permitía y contando los “disparos”. Cada día era una nueva guerra de marcianitos de videoconsola atacando al monstruo desvalido e indefenso, acorralado ante tanta precisión de medida. Conforme pasaba el tiempo empecé a pensar que quizás aquel monstruo ya no estaba, y que posiblemente aquellas descargas de radiación sólo aseguraban la limpieza del terreno. Quizás esté llegando el momento de hablar del cáncer en pasado. Fue ahí cuando, permitidme la palabra, disfrutaba de cada sesión y aprovechaba para embaucarme en la musicalidad que ofrecía el sonido de la estancia, sin estar atenta a ninguna otra cosa más y aceptando el nuevo significado de lo que estaba ocurriendo.

Algo que nos preocupa creo que a casi todas las personas que pasamos por este tipo de tratamiento es cuidar nuestra piel, no quemarnos. Es increíble el abanico de cremas que puedes utilizar para protegerte. Tantas como consejos sobre si ésta o aquella es mejor que la otra. Aunque es una obviedad, no todos tenemos el mismo tipo de piel, por lo que mi consejo es arriesgarse con una y probar. Y si te dan muestras, mejor que mejor. Con una primera aplicación ya sabes si esa crema te convence o no.
Parece que lo habitual es mantener la piel sin problemas hasta la mitad del tratamiento y empezar a notar cambios a partir de ahí. Yo he tenido la suerte de mantener la piel bien hasta las tres últimas sesiones. Empezó a ponerse rojita y a molestar, como a estar tirante. Lo curioso es que una vez terminado el tratamiento es cuando se ha puesto peor. Y es que, como me dijo la radioterapeuta, al ser dosis-acumulativa, es algo que puede ocurrir.
Me he pasado estas semanas de cara al espejo, con la crema en mano y dale que te dale al masajito para poder minimizar los efectos. Me gusta sentir que hago todo lo posible por mí. Incluso cuando hace frío y me toca estar con el torso al aire. Calefacción al máximo y ¡arreglado!
Es posible que hasta este momento no me hubiera mirado tantas veces la cicatriz y con esto la ausencia de mi pecho derecho. Lo he dicho desde el primer momento, no me acompleja. Pero incluso llegué a dudar si me estaba haciendo bien mirándome tanto. Es una toma de conciencia continua de la situación de enfermedad, pero al mismo tiempo un momento para generarme autocuidado y, por qué no, autocariño. Es una ambivalencia complicada.
Sin embargo, y esto es una ardua confesión, no es lo que me ha resultado más difícil. Para mí lo peor ha sido asumir la frustración que genera no poder estar tan activa como antes.
Como sabéis, empecé a correr durante la quimioterapia. Era casi un volver a empezar tras cada gotero. El mes previo a la cirugía fue el que más disfruté. Conseguí hacer mis primeros 5 km. Después vino el periodo de convalecencia y posteriormente una nueva “puesta a punto”. Satisfecha por seguir avanzando me enorgullecía al decir que continuaba corriendo a pesar de la radioterapia. Ingenua ante lo que me venía, me esforzaba cada día más por mantenerme, ya no para mejorar. Pero tuve que parar. Me di cuenta de que, aunque podía salir a correr, el tiempo de recuperación ya no era un par de horas como antes. Pasarme el día en el sofá por haber corrido por la mañana empezó a dejar de compensarme. Aceptarlo me ha costado.
Estoy cansada. Algunos días agotada. Pero ya le he cogido el truco. Si alguna vez hablé de la energía equiparándola a la batería de un móvil, hoy me reafirmo. La estrategia está en dosificarte. ¡Menudo descubrimiento, eh! Si mi paquete de energía lo tengo en 100 al despertarme, lógicamente, si gasto 70 en una actividad física intensa por la mañana, me arrastraré durante todo el día. Ahora salgo a andar y, aunque no me genera la misma satisfacción, lo vivo como un logro. Estar tumbada todo el día no es una opción.


miércoles, 25 de octubre de 2017

MI SUPERMAN, QUIERO SER TU SPIDERWOMAN

Cuando una peli o un libro, además de contarte algo, incluye una historia de amor, parece mucho más completa. Al menos, a un determinado tipo de público, en el que me incluyo, nos llega más, nos toca la fibra. Soy una romántica empedernida. 


Mi cuento, mi vida, también tiene una bonita historia de amor, y qué mejor que hoy para compartirla, en nuestro primer aniversario.

Cincuenta y siete días distan desde aquel primer beso, un 25 de octubre, a mi diagnóstico de cáncer, el 22 de diciembre.

Andreu y yo habíamos compartido algún que otro saludo formal en sesiones de hospital. Misma profesión, ambos somos médicos de familia, pero en diferentes centros. Captó mi atención en una charla en la que participó; me hizo pensar que se trataba de un tío inteligente, quizás seriote (no podía estar más equivocada) y muy centrado. Yo, que siempre me he considerado una payasa, pensaba que me miraba con benevolencia, aun ganándole en años.

Un tiempo más tarde me destinaron al centro de salud donde él trabajaba. Llegué triste. Venía de haber estado trabajando dos años en un mismo pueblo, donde había forjado grandes lazos con compañeros y pacientes. Los cambios nunca me han gustado. Me tocaba volver a empezar y no era el mejor momento. Estaba a mitad de un máster en cuidados paliativos, con sus viajes quincenales y embaucada en veinte mil proyectos. Mi agenda echaba humo. 
Me quiso ayudar y con esa excusa comenzamos a quedarnos a comer en el bar de al lado del centro de salud con intención de avanzar en el trabajo. Recuerdo que no parábamos de hablar y contarnos cosas y que nunca quedaba tiempo para lo que en principio era el objetivo de la comida. Aquel verano, el verano de 2016, transcurrió así, entre risas, menús de mediodía y batas blancas.
Después de algunos meses me di cuenta de lo mucho que le admiraba y de lo a gusto que me hacía sentir. Fue entonces cuando dudé si además de un gran amigo podría ser algo más. Pero… ¡vinieron los peros! ¿Compañeros de trabajo?, ¿más joven que yo? … ¿y si no iba bien?

Decidí que arriesgarse es de valientes. Además, por primera vez, alguien me llegaba por “una vía accesoria” y no por la típica con filtro en los ojos. Y así se lo hice saber con nuestro primer beso, tímido y expectante, porque poco atisbo amoroso había notado yo antes en su mirada. Gran actor mi chico, que más tarde confesó encontrarse en mi misma situación, pero decidió mantenerse en la retaguardia por darme espacio.


Recuerdo que hubo gente que se enteró de nuestra historia al mismo tiempo que conocían mi enfermedad.

No sé qué habría pasado si Andreu no se hubiera presentado en mi camino. Aunque llevaba meses notando un bulto en mi pecho hacía caso omiso. Llevaba demasiadas cosas encima como para pararme a revisar nada. Sería una tumoración benigna y no estaba para perder el tiempo. Sin embargo, cuando me palpó, no dudó ni un segundo en que era necesario hacer una ecografía y él mismo la solicitó.

Mi ángel, mi salvador… Gracias por aparecer en mi vida.

Las primeras semanas me sentía muy culpable. Con mi enfermedad lo había estropeado todo. Se acabaron nuestras citas al finalizar la consulta, nuestras dudas compartidas, aquellos besos a escondidas… Por mi culpa todo se desmoronaba y aquel camino de rosas que envuelve todo inicio de pareja lo había convertido en una mierda de carrera de obstáculos.

Goteros, efectos secundarios, llantos a veces sin motivo, simplemente al verle, porque mirándole era como llegar a casa y despojarme de mi armadura. Lo ha aguantado todo. Lo sigue haciendo ahora.


No conozco persona más paciente que él. Generoso e intuitivo. Complaciente pero crítico. De los pocos que ha tenido valor de decirme, en estos meses de fragilidad física y emocional, si me estaba equivocando. Cariñoso, ha respetado siempre mis tiempos y me ha hecho sentir la mujer más deseada del planeta.

No se ha cansado de decirme que esto nos haría más fuertes y que si éramos capaces de superarlo, ya nada podría con nosotros. Y así está siendo.

Mi mitad, mi puzzle bipieza, ha demostrado ser también un valiente, quedándose a mi lado cuando lo que asomaba eran truenos. Mi particular Superman con capa acolchada para proteger de manera aún más reconfortante. El humor no falta entre nosotros. Y con cada bache que aparece no tarda el darle el toque cómico, como mi efecto spiderwoman con mi nuevo dedo en resorte, que molesta tanto cada mañana.


Hoy, en nuestro primer aniversario, lo tangible se queda corto. Y es de esta forma, con la escritura, como mejor puedo canalizar mis sentimientos y decirle, de forma sincera y sin tapujos, que sea el tiempo que sea, sólo quiero vivir a su lado.


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