viernes, 17 de noviembre de 2017

BICHITO A LA PLANCHA - LA RADIOTERAPIA


Creo que esperaba un final apoteósico. Creo que tantas veces imaginé el momento de terminar que lo había idealizado. Dedos para contar cómo avanzaba con la quimioterapia, brazo arriba para comparar como poco a poco iba ganando movilidad tras la cirugía, números y más números que indicaban las sesiones de radio y…los meses pasan, la pauta terapéutica se cumple, pero, todo no acaba aquí.


Sí es cierto que al finalizar con la radioterapia sentí alivio. No se borra de mi cabeza el abrazo que le di a mi madre diciéndole “Ya está. Ha terminado” mientras llorábamos juntas al salir del sótano. Y es que se ha hecho largo. Llevo 11 meses tratándome. Para mí una eternidad. De hecho, apenas recuerdo mi vida de antes. Y cuando lo hago, no es con anhelo o nostalgia, sino con rechazo. Me duele mirar atrás y rememorar cuánto me castigaba a mí misma, con cuánta autoexigencia me hablaba y lo poco que me cuidaba.
Pero voy por partes; hoy sólo quiero cerrar el capítulo de la radiación.  
Inicialmente no estaba del todo claro que fuera a recibirla. No a todas las mujeres a las que se les practica una mastectomía tienen indicación de radioterapia. Es necesario cumplir ciertas condiciones. En mi caso, con ganglios afectos en axila, decidieron que lo mejor era aplicarla.
Cuando estás en las inmediaciones del servicio de radioterapia te sientes como en una central nuclear. Carteles de precaución y puertas blindadas con espesor de neumático de todoterreno se mezclan con técnicos que se apresuran por salir de la estancia antes de que la radiación comience.
En la primera visita se hace una planificación. El oncólogo radioterapeuta junto con un técnico realiza una simulación para identificar el campo de tratamiento. Es por eso que nos marcan con unos pequeños tatuajes, para tener las coordenadas de la zona a tratar.
Ese impás de tiempo desde la simulación hasta la primera sesión transcurre lento y te descubres impaciente ante algo que se vive como un premio más que un trámite. “¡Ya me han llamado! ¡Ya empiezo!”
Las sesiones no son largas, de unos 10 minutos. Creo que algunas afortunadas con máquinas más modernas están incluso menos. Debes colocarte siempre en la misma posición, boca arriba, con los brazos levantados y la cabeza girada al lado contrario. E1, 5-8… Tus medidas dejan de ser valoradas con cinta métrica y te conviertes en una visión tridimensional computarizada esperando a ser churrascadita.  
Pasé las primeras sesiones perpleja, curiosa, observando todo lo que mi posición me permitía y contando los “disparos”. Cada día era una nueva guerra de marcianitos de videoconsola atacando al monstruo desvalido e indefenso, acorralado ante tanta precisión de medida. Conforme pasaba el tiempo empecé a pensar que quizás aquel monstruo ya no estaba, y que posiblemente aquellas descargas de radiación sólo aseguraban la limpieza del terreno. Quizás esté llegando el momento de hablar del cáncer en pasado. Fue ahí cuando, permitidme la palabra, disfrutaba de cada sesión y aprovechaba para embaucarme en la musicalidad que ofrecía el sonido de la estancia, sin estar atenta a ninguna otra cosa más y aceptando el nuevo significado de lo que estaba ocurriendo.

Algo que nos preocupa creo que a casi todas las personas que pasamos por este tipo de tratamiento es cuidar nuestra piel, no quemarnos. Es increíble el abanico de cremas que puedes utilizar para protegerte. Tantas como consejos sobre si ésta o aquella es mejor que la otra. Aunque es una obviedad, no todos tenemos el mismo tipo de piel, por lo que mi consejo es arriesgarse con una y probar. Y si te dan muestras, mejor que mejor. Con una primera aplicación ya sabes si esa crema te convence o no.
Parece que lo habitual es mantener la piel sin problemas hasta la mitad del tratamiento y empezar a notar cambios a partir de ahí. Yo he tenido la suerte de mantener la piel bien hasta las tres últimas sesiones. Empezó a ponerse rojita y a molestar, como a estar tirante. Lo curioso es que una vez terminado el tratamiento es cuando se ha puesto peor. Y es que, como me dijo la radioterapeuta, al ser dosis-acumulativa, es algo que puede ocurrir.
Me he pasado estas semanas de cara al espejo, con la crema en mano y dale que te dale al masajito para poder minimizar los efectos. Me gusta sentir que hago todo lo posible por mí. Incluso cuando hace frío y me toca estar con el torso al aire. Calefacción al máximo y ¡arreglado!
Es posible que hasta este momento no me hubiera mirado tantas veces la cicatriz y con esto la ausencia de mi pecho derecho. Lo he dicho desde el primer momento, no me acompleja. Pero incluso llegué a dudar si me estaba haciendo bien mirándome tanto. Es una toma de conciencia continua de la situación de enfermedad, pero al mismo tiempo un momento para generarme autocuidado y, por qué no, autocariño. Es una ambivalencia complicada.
Sin embargo, y esto es una ardua confesión, no es lo que me ha resultado más difícil. Para mí lo peor ha sido asumir la frustración que genera no poder estar tan activa como antes.
Como sabéis, empecé a correr durante la quimioterapia. Era casi un volver a empezar tras cada gotero. El mes previo a la cirugía fue el que más disfruté. Conseguí hacer mis primeros 5 km. Después vino el periodo de convalecencia y posteriormente una nueva “puesta a punto”. Satisfecha por seguir avanzando me enorgullecía al decir que continuaba corriendo a pesar de la radioterapia. Ingenua ante lo que me venía, me esforzaba cada día más por mantenerme, ya no para mejorar. Pero tuve que parar. Me di cuenta de que, aunque podía salir a correr, el tiempo de recuperación ya no era un par de horas como antes. Pasarme el día en el sofá por haber corrido por la mañana empezó a dejar de compensarme. Aceptarlo me ha costado.
Estoy cansada. Algunos días agotada. Pero ya le he cogido el truco. Si alguna vez hablé de la energía equiparándola a la batería de un móvil, hoy me reafirmo. La estrategia está en dosificarte. ¡Menudo descubrimiento, eh! Si mi paquete de energía lo tengo en 100 al despertarme, lógicamente, si gasto 70 en una actividad física intensa por la mañana, me arrastraré durante todo el día. Ahora salgo a andar y, aunque no me genera la misma satisfacción, lo vivo como un logro. Estar tumbada todo el día no es una opción.


2 comentarios:

  1. Uhmmmmmm, me hago tú seguidora como de Estefanía de @adioslolasadios porque tenéis mucho que enseñarnos y eso es bueno. Compartir experiencias vividas en RR.SS. es lo mejor de este futuro que nos ha tocado vivir...Saludos cariñosos y enhorabuena por tu post.

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias Ángeles. La verdad es que me ayuda mucho escribirlo y me encanta que además pueda ayudar a más personas. Gracias😘😘😘😘

    ResponderEliminar

Entradas destacadas