sábado, 13 de enero de 2018

MIEDO Y CÁNCER. Obviedades transparentes.


Inicio mi andadura con el 2018 hablando del MIEDO. No parece un buen comienzo a priori. Quizás sólo con leer esta palabra se generen sentimientos desagradables. Y es que el miedo se relaciona con todo aquello que no deseamos que nos ocurra. Lo definen como una sensación de angustia provocada por un peligro real o imaginario.
He encontrado en la escritura desahogo para algunas de las preocupaciones (a veces rumiaciones) que han ido apareciendo con la enfermedad. Aquello que quedaba escrito era parte que mi lastre que soltaba. Pretendo hacer lo mismo con mi miedo.
Desde hace poco soy consciente de que muchas de las cosas que he hecho estos meses me han servido para tener distraído a mi miedo. La lectura, la pintura, la cocina, las manualidades… lo mantenían despistado. Además, en mi caso, que presumo de un amplio poder de abstracción y ensimismamiento, han sido actividades ya no solo gratificantes sino también oportunas. Dichosas tareas que hicieron de mi día a día con los tratamientos un camino mucho más llevadero.
El propio miedo ha sido también motor de la mayoría de mis cambios. He establecido una rutina de actividad física y he modificado mi dieta, ahora puedo decirlo con claridad, mayoritariamente por miedo.


Es decir, que, sin tenerlo presente, el miedo me ha acompañado todos los días desde el diagnóstico, en la retaguardia, en un segundo plano, pero bien postrado en mis hombros.
Bien, vivo con miedo, con MI MIEDO.  ¿Pero miedo a qué?
Mi mayor miedo en este momento es a la recidiva (reaparición de la enfermedad) y, en consecuencia, a la muerte. Es algo bastante obvio teniendo cáncer. Sé que no estoy destapando nada nuevo. Pero os aseguro que para llegar hasta aquí ha habido un largo proceso.
No tengo miedo al momento de la muerte. No pienso que vaya a experimentar dolor o malestar. Tengo miedo a que ésta llegue muy pronto y no me permita disfrutar lo que para la mayoría sería una vida normal. Miedo a no estar haciendo por mí todo lo que está en mi mano. Miedo a que se me acabe este “chollo” de la vida antes de formar una familia, antes de envejecer o antes de sufrir la pérdida de mis progenitores, como es ley de vida, dirían muchos. Tengo miedo de dejar a los míos solos y de causarles más dolor del que ya soportan.
Mi miedo no se viste de negro ni tiene forma de monstruo peludo. No calza zapatos de payaso ni tiene uñas afiladas. Mi miedo es una vida incompleta. Porque, aunque me siento muy afortunada por todo lo que me rodea, aún me sigue pareciendo injusto poder abandonar el juego tan pronto.
Sin embargo, como me dijo el otro día mi profesor de Mindfulness, lo importante no es el miedo, sino la relación que tienes con él.  
Ha llegado el momento de abordarlo, acogerlo (o abrazarlo). Atrás quedó la distracción que, aunque productiva, es insuficiente y, más que un estilo de afrontamiento, creo que se acerca con más peso al polo de la evitación.

Como decía al principio, el miedo puede producirse por una amenaza real, en mi caso, el cáncer, pero también imaginaria. Aquí es donde la mente puede jugar malas pasadas y adelantarnos acontecimientos que aún no han ocurrido y que posiblemente nunca ocurran.
Pienso que el miedo va a estar ahí siempre, pero aceptando esta premisa e intentando evitar la anticipación, quizás consiga regularlo.

Dejo aquí plasmado, no mi propósito de año, sino mi propósito de vida. 




1 comentario:

  1. He de contarte que aunque en mi caso el cáncer no lo he vivido desde mi caso personal si lo he vivido desde un hermano, algunas amigas y pacientes a las que he acompañado y el miedo hace parte de su vida también. Si yo te dijera desde esa experiencia cual es miedo sería el no vivir las experiencias necesarias debido al miedo. Y doy mil gracias porque a través de tus letras me acerco un poco más a abrazar mis miedos. Cada vez más cerca de mi. Bendiciones. Lina Marcela

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