Después de la borrachera rosa de
ayer, con infinidad de mensajes de apoyo, campañas solidarias (lamentablemente algunas
teñidas con destellos lucrativos) y tantas, tantas emociones compartidas, hoy
me siento a escribiros algo que para mí es importante.
Ayer las huchas se llenaban de
donativos, los comercios de productos solidarios y los periódicos de imágenes
con calvitas. La voz, unánime, reclama más investigación. La mayoría de lo
recaudado ayer se destinará a ello.
Soy la primera que colabora. No
voy a hacer recuento de lo invertido hasta la fecha, pero lógicamente, me toca
de lleno. Sin embargo, he de reconocer que es algo que me genera impotencia.
¿Es necesario recurrir a la compasión para que los ciudadanos de a pie se
conmuevan y donen? ¿Hace falta que te toque de cerca para darte cuenta de la
necesidad que existe? Hay tantas causas… Podríamos invertir todo nuestro
salario y se seguiría quedando corto. Desconozco cómo valoran “los de arriba”
el porcentaje total que debe destinarse a investigación. Imagino que no es
tarea fácil contentarnos a todos. El otro día lanzaba preguntas al aire:
Compensaría si….
- ¿Se invirtiera más en prevención? Me refiero a
la promoción de hábitos de vida más saludables, al consumo de productos frescos
y locales, a la actividad física, a la eliminación de ciertos tóxicos como el
tabaco…
- ¿Nos hicieran pruebas de screening/cribado
poblacional? Mamografías o ecografías a edades más tempranas quizás.
- ¿Se hicieran más campañas para conocer la
técnica de autoexploración o los signos de alarma del cáncer de mama?
Las cifras asustan. La incidencia
(número de casos nuevos) va en aumento y cada vez en personas más jóvenes. Sé
que yo estoy en un rango de edad poco habitual, pero… ¿Cuánto dinero “estoy
costando”? ¿Cuánto “cuesta” tratarnos a todas? Y entro en un tema peliagudo
porque es cierto que muchas veces, a pesar de llevar una vida saludable, a
pesar de estar bien informado y a pesar de los pesares, desarrollas un cáncer.
Independientemente de todas estas
dudas, lo que está claro es que para mejorar es necesario investigar. Dichosos
los investigadores que, aunque avanzan a pasos agigantados, cuentan con un mar
de limitaciones. Ayer contactaba conmigo una mujer que pierde su trabajo en un
centro de investigación de Madrid debido a que, con la ley actual, no pueden
estar más de tres años en el mismo puesto sin ser indefinidos. Según me
contaba, el 80% de la plantilla se va a la calle por este motivo. Conozco a
compañeros que pueden investigar gracias a las becas, que no son tantas, ni tan boyantes como parece. Existen infinidad
de proyectos que se quedan en el tintero porque no hay dinero. Qué triste…
Pues toda esta parrafada para
contaros que he tenido la suerte de poder participar como paciente en un
estudio de investigación. Justo ayer me asignaron a una de las ramas/grupo de
un ensayo clínico en fase tres. ¡Os explico un poco a groso modo!
Un ensayo clínico es la
evaluación de un medicamento nuevo en seres humanos.
Cada medicamento nuevo debe pasar
por una serie de fases:
-
FASE I: Se estudia si el fármaco nuevo es seguro, la
mejor forma de administrarlo (por boca, intravenoso...) y cuál es la dosis
adecuada.
-
FASE II: Sirve para evaluar la eficacia del
nuevo tratamiento en un determinado tipo de cáncer.
-
FASE III: Estudia si el tratamiento nuevo es
mejor que el tratamiento estándar, es decir, si es superior al que se está
utilizando en la actualidad.
-
Fase IV: Estudia
los beneficios y efectos secundarios a largo plazo.
Los ensayos clínicos de fase III
(el mío) necesitan un grupo o rama de tratamiento y un grupo de control con
quien poder compararlo.
Cuando recibí el diagnóstico de
cáncer, el bloqueo inicial me llevó a pensar en una muerte temprana. Erróneamente asumía que formar
parte de un ensayo clínico significaba jugar la última partida. Si me lo
proponían sería porque no quedaban más opciones para mí. Qué fácil es meter la
pata y más cuando estás cagada hasta las cejas.
Ayer, con la curiosa coincidencia
de la celebración de nuestro día,
comencé con mi nuevo tratamiento. Se trata de una cápsula diaria, que, junto
con la pastilla, también diaria, y el pinchazo mensual que me administran,
pretende demostrar superioridad frente a pastilla y pinchazo solos. Si es mejor
o peor no lo sabremos hasta pasados unos años.
Imagino que ahora estaréis pensando
lo altruista y generosa que soy. No os engañéis. Me encanta la idea de poder
ayudar a otros (decidí dedicarme a ello) pero esto lo hago sobre todo por mí,
porque apuesto por las nuevas opciones, confío en los profesionales que me
atienden y deseo que mi porcentaje de supervivencia aumente.
Porque, al fin y al cabo, como
dice Pablo Arribas, quien no arriesga no nada. Ni pierde, ni gana; ni sufre, ni
ama.
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