Creo que esperaba un final apoteósico. Creo que tantas veces
imaginé el momento de terminar que lo había idealizado. Dedos para contar cómo avanzaba
con la quimioterapia, brazo arriba para comparar como poco a poco iba ganando
movilidad tras la cirugía, números y más números que indicaban las sesiones de
radio y…los meses pasan, la pauta terapéutica se cumple, pero, todo no acaba
aquí.
Sí es cierto que al finalizar con la radioterapia sentí
alivio. No se borra de mi cabeza el abrazo que le di a mi madre diciéndole “Ya
está. Ha terminado” mientras llorábamos juntas al salir del sótano. Y es que se
ha hecho largo. Llevo 11 meses tratándome. Para mí una eternidad. De hecho, apenas
recuerdo mi vida de antes. Y cuando lo hago, no es con anhelo o nostalgia, sino
con rechazo. Me duele mirar atrás y rememorar cuánto me castigaba a mí misma,
con cuánta autoexigencia me hablaba y lo poco que me cuidaba.
Pero voy por partes; hoy sólo quiero cerrar el capítulo de
la radiación.
Inicialmente no estaba del todo claro que fuera a recibirla.
No a todas las mujeres a las que se les practica una mastectomía tienen
indicación de radioterapia. Es necesario cumplir ciertas condiciones. En mi
caso, con ganglios afectos en axila, decidieron que lo mejor era aplicarla.
Cuando estás en las inmediaciones del servicio de
radioterapia te sientes como en una central nuclear. Carteles de precaución y
puertas blindadas con espesor de neumático de todoterreno se mezclan con
técnicos que se apresuran por salir de la estancia antes de que la radiación
comience.
En la primera visita se hace una planificación. El oncólogo radioterapeuta
junto con un técnico realiza una simulación para identificar el campo de
tratamiento. Es por eso que nos marcan con unos pequeños tatuajes, para tener
las coordenadas de la zona a tratar.
Ese impás de tiempo desde la simulación hasta la primera
sesión transcurre lento y te descubres impaciente ante algo que se vive como un
premio más que un trámite. “¡Ya me han llamado! ¡Ya empiezo!”
Las sesiones no son largas, de unos 10 minutos. Creo que
algunas afortunadas con máquinas más modernas están incluso menos. Debes
colocarte siempre en la misma posición, boca arriba, con los brazos levantados
y la cabeza girada al lado contrario. E1, 5-8… Tus medidas dejan de ser
valoradas con cinta métrica y te conviertes en una visión tridimensional computarizada
esperando a ser churrascadita.
Pasé las primeras sesiones perpleja, curiosa, observando
todo lo que mi posición me permitía y contando los “disparos”. Cada día era una
nueva guerra de marcianitos de videoconsola atacando al monstruo desvalido e
indefenso, acorralado ante tanta precisión de medida. Conforme pasaba el tiempo
empecé a pensar que quizás aquel monstruo ya no estaba, y que posiblemente
aquellas descargas de radiación sólo aseguraban la limpieza del terreno. Quizás
esté llegando el momento de hablar del cáncer en pasado. Fue ahí cuando,
permitidme la palabra, disfrutaba de
cada sesión y aprovechaba para embaucarme en la musicalidad que ofrecía el
sonido de la estancia, sin estar atenta a ninguna otra cosa más y aceptando el
nuevo significado de lo que estaba ocurriendo.
Algo que nos preocupa creo que a casi todas las personas que
pasamos por este tipo de tratamiento es cuidar nuestra piel, no quemarnos. Es increíble
el abanico de cremas que puedes utilizar para protegerte. Tantas como consejos
sobre si ésta o aquella es mejor que la otra. Aunque es una obviedad, no todos
tenemos el mismo tipo de piel, por lo que mi consejo es arriesgarse con una y
probar. Y si te dan muestras, mejor que mejor. Con una primera aplicación ya
sabes si esa crema te convence o no.
Parece que lo habitual es mantener la piel sin problemas
hasta la mitad del tratamiento y empezar a notar cambios a partir de ahí. Yo he
tenido la suerte de mantener la piel bien hasta las tres últimas sesiones.
Empezó a ponerse rojita y a molestar, como a estar tirante. Lo curioso es que
una vez terminado el tratamiento es cuando se ha puesto peor. Y es que, como me
dijo la radioterapeuta, al ser dosis-acumulativa, es algo que puede ocurrir.
Me he pasado estas semanas de cara al espejo, con la crema
en mano y dale que te dale al masajito para poder minimizar los efectos. Me
gusta sentir que hago todo lo posible por mí. Incluso cuando hace frío y me
toca estar con el torso al aire. Calefacción al máximo y ¡arreglado!
Es posible que hasta este momento no me hubiera mirado
tantas veces la cicatriz y con esto la ausencia de mi pecho derecho. Lo he
dicho desde el primer momento, no me acompleja. Pero incluso llegué a dudar si
me estaba haciendo bien mirándome tanto. Es una toma de conciencia continua de
la situación de enfermedad, pero al mismo tiempo un momento para generarme
autocuidado y, por qué no, autocariño.
Es una ambivalencia complicada.
Sin embargo, y esto es una ardua confesión, no es lo que me
ha resultado más difícil. Para mí lo peor ha sido asumir la frustración que
genera no poder estar tan activa como antes.
Como sabéis, empecé a correr durante la quimioterapia. Era casi
un volver a empezar tras cada gotero. El mes previo a la cirugía fue el que más
disfruté. Conseguí hacer mis primeros 5 km. Después vino el periodo de
convalecencia y posteriormente una nueva “puesta a punto”. Satisfecha por
seguir avanzando me enorgullecía al decir que continuaba corriendo a pesar de
la radioterapia. Ingenua ante lo que me venía, me esforzaba cada día más por
mantenerme, ya no para mejorar. Pero tuve que parar. Me di cuenta de que,
aunque podía salir a correr, el tiempo de recuperación ya no era un par de
horas como antes. Pasarme el día en el sofá por haber corrido por la mañana
empezó a dejar de compensarme. Aceptarlo me ha costado.
Estoy cansada. Algunos días agotada. Pero ya le he cogido el
truco. Si alguna vez hablé de la energía equiparándola a la batería de un
móvil, hoy me reafirmo. La estrategia está en dosificarte. ¡Menudo descubrimiento, eh!
Si mi paquete de energía lo tengo en 100 al despertarme, lógicamente, si gasto
70 en una actividad física intensa por la mañana, me arrastraré durante todo el
día. Ahora salgo a andar y, aunque no me genera la misma satisfacción, lo vivo
como un logro. Estar tumbada todo el día no es una opción.
